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    GRISELDA GARCIA II

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    Mensaje por Amalia Lateano Dom Ago 04, 2013 10:06 pm

    Entiendo que tus primeros tres libros, publicados en 1998 y 1999, antes de que nos conociéramos, Griselda, titulados “Hermanas ninfas”, “Sandra”, “Todo es extraño a mis ojos”, de narrativa, han quedado excluidos de tu bibliografía. ¿Es completamente así? ¿Eran cuentos, relatos, microficciones y en ediciones de las que denominamos "artesanales”? ¿Los textos de esos libros fueron corregidos y los volverás a publicar? ¿Algunos integran el volumen “La madre del universo”? ¿Cómo recordás aquellos años de producción, tu adolescencia narradora? ¿Ha sido, quizás, en tu niñez cuando comenzaste a incursionar en la escritura creativa? ¿Que pantallazo nos proporcionarías de tu niñez y adolescencia?
     
         -No menciono mis primeras novelas cortas porque las considero ejercicios. En ese momento me invitaban a publicar mis textos en internet y tenía que poner algo en el curriculum porque si no quedaba muy vacío, como me decían los editores. Es imposible escribir algo rescatable a los 20 años, salvo que seas Rimbaud (no es mi caso).
    De Sandra rescaté un fragmento que se transformó en el cuento “La ley”, incluido en La madre del universo. Pero como novelas no tienen valor. Me las autopublicaba en ediciones artesanales que imprimía en mi trabajo. Gasté muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto.
    De esa época recuerdo mucha tristeza informe que canalizaba a través de la escritura. Era empleada en una oficina donde sentía que me marchitaba más y más. Tenía una hora y media de viaje hasta Ciudadela, donde vivía con mis abuelos, mi hermana y mi mamá. Mi abuelo era sastre. Trabajó muchos años en Thompson y Williams. Era capataz en el taller. Él me decía que tuviera paciencia en mi trabajo porque era la única manera de progresar. Algo de esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba pero en el fondo sentía que el progreso era imposible, al menos dentro de esa estructura de relación de dependencia. Crisis del 2001 mediante, las cosas se pusieron peor. Trataba de resistir como podía. Empecé a conocer a algunos escritores (Rigazio, Cuenya) con los que hacíamos cosas culturales, entre ellas la Biblioteca Virtual Beat 57. En ese momento no había muchas páginas que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos repartíamos una serie de autores que queríamos dar a conocer y tipeábamos palabra por palabra en un archivo Word. Mandábamos por mail el archivo con la oferta gratuita a conocidos y desconocidos, que podían solicitar cualquiera de los archivos. Era una tarea muy placentera. En esos breves momentos quitados a los trabajos de cada uno respirábamos aire fresco. En fin, una historia más del tipo “salvación por la literatura”.
    Siempre leí, pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo adolescente. Al principio, la escritura narrativa era más bien un vómito, nada racional. Corregía como podía, hasta que me parecía que quedaba bien. En cuanto a los poemas, primero aparecían en libretitas y después los pasaba a la computadora, donde ya tenían otra presencia. Esa distancia era necesaria para poder verlos como ajenos, algo bastante difícil.
    Casi al mismo tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí tuve una buena devolución, lo que me envalentonó. A la vez, me abrió la puerta para leer nuevos autores y conocer a otras personas que también escribían. Creo que escribir es una tarea solitaria que lleva mucho tiempo e introspección, y estos encuentros de poetas ayudan a salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.
    En cuanto a mi niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la enfermedad de mi padre (cáncer). En casa infantilizaban lo que le pasaba: “Papá tiene unas piedritas en la panza, se las van a sacar, por eso va al hospital”. No pasaba nada y todo estaba pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años. Escribí dos poemas sobre él. Uno de ellos está en El arte de caer (“Pa”), y otro es inédito (“El dique”). Este último cuenta el momento en que fuimos a tirar sus cenizas en el río de Alpa Corral, en Córdoba.
    Amalia Lateano
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