EL CAZADOR

EL CAZADOR


Había un cazador, que salía cada día muy temprano, en busca de comida.

Apartaba la hojarasca con desprecio; mal hablaba de los troncos que encontraba caídos en el sendero; de lo frondoso que era el bosque que no le permitía ver la pieza para cazar; del riachuelo, que impedía ver las huellas que dejaba el ciervo.

Todo le parecía absurdo; sus lamentos eran constantes.

-¡Vaya! hay que ver cómo está de sucio todo esto, ni se puede andar. Me hundo en las dichosas hojas, que cuando las piso me hacen chirriar los dientes; qué odioso es el otoño, no tendría que existir.

Y esos troncos, ahí desperdigados, que sólo me hacen tropezar, vaya trajín me dan, ojala no hubiesen tantos árboles, este lugar sería más apetecible de andar, se podría ver más claro el horizonte, podría observar con nitidez cuando se acercan los animales, pero así… ¡va, qué estupidez proteger la tala de los árboles!

El cazador, con su mal genio, se iba encolerizando más y más.

-¡Por Dios! Y esta porquería de riachuelo, ¿Cómo consiente la Municipalidad que casi no lleve agua?, ya se podría ocupar de tener este bosque en condiciones.
¡Pero que mala suerte la mía, se me escapa el venado por un hilo de agua! Si, sí, este inútil riachuelo borra las huellas del animal y hace fracasar mi caza.

Caminó preso del nerviosismo un buen rato y de repente, se sintió indispuesto, Temblaba de frío. Le había ganado el cansancio y parecía estar con fiebre alta.

Se sentó en un tronco, aquél que hacía un instante le era un estorbo.

Sintió la boca seca, y se acordó del riachuelo y bebió apagando su sed.

Se hallaba cansado y amargado de no hallar lo que quería. Así que se sentó en el suelo, apoyando su tronco en el leño del sendero y se cubrió con la hojarasca para tener su cuerpo caliente y resguardado del frío.

Cerró sus ojos y sintió que se le abría el alma.

Se dio cuenta de cuán útil y necesario era todo.

Nunca había apreciado ni tan siquiera el amor de su esposa y de sus hijos, mucho menos había aprendido a valorar las maravillas de la naturaleza, de sus beneficios en favor de las necesidades humanas, de lo difícil que resultaría vivir sin el cobijo de los árboles, de la utilidad de sus hojas y la bondad de los troncos que ofrecen su madera y sus leños,

De repente, descubrió que era amado por la naturaleza, pues le satisfizo todas sus necesidades y en ella, siempre encontraría soluciones a sus reclamos.

Casi al anochecer, regresó a su casa y saludó con ternura a sus hijos y a su noble esposa. Los miró con ternura y les regaló una sonrisa que pocas veces habían disfrutado de él.

El cazador contento, contó a su familia todo lo sucedido y mientras les iba relatando su experiencia, tanto su esposa como sus hijos, se maravillaron de su cambio de actitud.

Ese día, hubo una gran fiesta en su casa.

La aventura del cazador fue sin pieza cobrada, pero estaba feliz de adquirir la manera de amar a su familia y de hallar una amiga maravillosa, llamada Naturaleza con la que había aprendido una valiosa lección.


Sor.Cecilia Codina Masachs