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La estatua
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La estatua
La estatua
Al final de cada día,
(todos los días)
las noches eran siempre iguales:
rutinarias,
aburridas.
Al final de cada día,
en todos los días;
no había un beso,
una caricia;
tampoco una mirada
que despeje
esa lánguida soledad
de la monotonía diaria.
Alguna vez pasó por aquí
sin ningún recuerdo.
Del parque, al cine;
el museo.
A veces, las obras de arte,
nos sobrecogen de amor
o de dolor;
más,
todo ese tinte gris,
de océano inacabable;
toda esa acuarela, yeso
o mármol inquebrantable,
traza el mismo sendero siempre:
hacia un mañana sin amor.
Al final de las horas nocturnas
y ya casi
cerca del alba,
el teléfono suena
y una voz serena
le platica de sus cosas
como si ha mucho la conociera.
Dice que la ha visto,
la lisonjea,
y añade, que, desde “su condición”,
sabe lo que le aqueja.
Algo la invita a tenerle fe,
algo la incita a creer que no la engaña.
Pasan a ser,
las frías noches de invierno,
fraternas y cálidas;
pasan los días a ser alegres
y a hacerse raudos azahares
esperando que
el teléfono suene
y empiece a vivir la ilusión
que en la vida no halla.
Tertulias que en risas estallan
se oyen tras la ventana.
De lejos, en la calle silencia,
se aprecia en la nocturna casa
una cálida luz que radia.
Afuera la noche hiela
y se agolpa oscura en el dintel
por calentar su azur
en el grato umbral que fosforece.
Pero de tanta alegría,
al acabar la charla,
como que crece una nostalgia;
el alma no se conforma
con sólo un bouquet de palabras;
como que anhela la certeza
de un aliento,
de una boca que rompa con besos
lo que su corazón delata.
Se citan.
Ella acude al museo
y lo busca con viva ansia;
en cada rostro,
por todas partes,
en las miradas que sin querer
se posan en ella con sorpresa opaca.
Por la noche él le dice
lo hermosa que estaba…
-¡cómo lo sabes, si no llegaste!-
responde encolerizada;
y él, empieza a retratarla,
dejando en cada palabra
la emoción de quererla con el alma.
El color de su vestido,
el ansia de su mirada
y hasta el cálido perfume
que de entre su escote
tibio se escapara.
-¡Quién eres!
-¿por qué no te presentaste?
-¿te estás burlando de mí?
o es que acaso la soledad
ha hecho que mi mente
fugue de lo real
inventando lo que no puede ser!
Temeroso él le dice que la ama;
pero que, su amor,
inalcanzable es.
Ella le increpa su opción
y amenaza no volverlo a oír:
- o se concreta el amor
o este dulce idilio
¡llegó a su fin! -
Haciendo un mutis
él, pone calma;
y ante su insistencia
le confiesa:
- amor, yo soy una estatua…-
Ella cuelga el teléfono
sintiéndose burlada,
él insiste repetidas veces,
llamándola;
pero ella no contesta
y se hace un silencio de días
en el velo de la noche larga.
El día ha despertado
y, a primera hora, en el museo,
ella pasea por las estatuas.
Hay una que, al sólo mirarla,
siente un sobrecogimiento
que le atenaza con fervor el alma;
hay una que, tras el mármol,
siente que se muere
sin poder fijar en ella
la honda pasión de su mirada.
En la noche,
al primer timbre del teléfono
ella corre a contestar emocionada;
lloran y entre susurros, se confiesan,
lo mucho que se aman.
¿Cómo remediar
lo que nació trunco
y hacer real la ilusión
que la vida desbarata?
Una noche de tantas
los guardianes del museo
oyen una amena charla
desde el salón de las estatuas…
Extrañeza.
Las luces están encendidas;
más, todas las puertas,
cerradas…
Al investigar se hace silencio
y apagando las luces, los guardias,
no reparan en nada.
Al fondo la estatua,
ya no está sola;
ahora, son dos
que, con ferviente amor, se abrazan;
unidos más allá de la muerte
él y ella,
ella y él,
en sempiterna dulzura
macabra.
Al final de cada día,
(todos los días)
las noches eran siempre iguales:
rutinarias,
aburridas.
Al final de cada día,
en todos los días;
no había un beso,
una caricia;
tampoco una mirada
que despeje
esa lánguida soledad
de la monotonía diaria.
Alguna vez pasó por aquí
sin ningún recuerdo.
Del parque, al cine;
el museo.
A veces, las obras de arte,
nos sobrecogen de amor
o de dolor;
más,
todo ese tinte gris,
de océano inacabable;
toda esa acuarela, yeso
o mármol inquebrantable,
traza el mismo sendero siempre:
hacia un mañana sin amor.
Al final de las horas nocturnas
y ya casi
cerca del alba,
el teléfono suena
y una voz serena
le platica de sus cosas
como si ha mucho la conociera.
Dice que la ha visto,
la lisonjea,
y añade, que, desde “su condición”,
sabe lo que le aqueja.
Algo la invita a tenerle fe,
algo la incita a creer que no la engaña.
Pasan a ser,
las frías noches de invierno,
fraternas y cálidas;
pasan los días a ser alegres
y a hacerse raudos azahares
esperando que
el teléfono suene
y empiece a vivir la ilusión
que en la vida no halla.
Tertulias que en risas estallan
se oyen tras la ventana.
De lejos, en la calle silencia,
se aprecia en la nocturna casa
una cálida luz que radia.
Afuera la noche hiela
y se agolpa oscura en el dintel
por calentar su azur
en el grato umbral que fosforece.
Pero de tanta alegría,
al acabar la charla,
como que crece una nostalgia;
el alma no se conforma
con sólo un bouquet de palabras;
como que anhela la certeza
de un aliento,
de una boca que rompa con besos
lo que su corazón delata.
Se citan.
Ella acude al museo
y lo busca con viva ansia;
en cada rostro,
por todas partes,
en las miradas que sin querer
se posan en ella con sorpresa opaca.
Por la noche él le dice
lo hermosa que estaba…
-¡cómo lo sabes, si no llegaste!-
responde encolerizada;
y él, empieza a retratarla,
dejando en cada palabra
la emoción de quererla con el alma.
El color de su vestido,
el ansia de su mirada
y hasta el cálido perfume
que de entre su escote
tibio se escapara.
-¡Quién eres!
-¿por qué no te presentaste?
-¿te estás burlando de mí?
o es que acaso la soledad
ha hecho que mi mente
fugue de lo real
inventando lo que no puede ser!
Temeroso él le dice que la ama;
pero que, su amor,
inalcanzable es.
Ella le increpa su opción
y amenaza no volverlo a oír:
- o se concreta el amor
o este dulce idilio
¡llegó a su fin! -
Haciendo un mutis
él, pone calma;
y ante su insistencia
le confiesa:
- amor, yo soy una estatua…-
Ella cuelga el teléfono
sintiéndose burlada,
él insiste repetidas veces,
llamándola;
pero ella no contesta
y se hace un silencio de días
en el velo de la noche larga.
El día ha despertado
y, a primera hora, en el museo,
ella pasea por las estatuas.
Hay una que, al sólo mirarla,
siente un sobrecogimiento
que le atenaza con fervor el alma;
hay una que, tras el mármol,
siente que se muere
sin poder fijar en ella
la honda pasión de su mirada.
En la noche,
al primer timbre del teléfono
ella corre a contestar emocionada;
lloran y entre susurros, se confiesan,
lo mucho que se aman.
¿Cómo remediar
lo que nació trunco
y hacer real la ilusión
que la vida desbarata?
Una noche de tantas
los guardianes del museo
oyen una amena charla
desde el salón de las estatuas…
Extrañeza.
Las luces están encendidas;
más, todas las puertas,
cerradas…
Al investigar se hace silencio
y apagando las luces, los guardias,
no reparan en nada.
Al fondo la estatua,
ya no está sola;
ahora, son dos
que, con ferviente amor, se abrazan;
unidos más allá de la muerte
él y ella,
ella y él,
en sempiterna dulzura
macabra.
Re: La estatua
Un excelente poema mi querida Francis. Me has sabido llevar por la soledad de esta vida en un museo. Me ha gustado la sorpresa de su fila.
precioso.
Gracias
Un beso
precioso.
Gracias
Un beso
CECILIA CODINA MASACHS- Moderador
- Mensajes : 8059
Fecha de inscripción : 17/08/2012
Edad : 72
Localización : Valencia-España
Re: La estatua
qué belleza Francisca!!!!
he vivido el relato con emoción...
un abrazo y mis besos poeta...
he vivido el relato con emoción...
un abrazo y mis besos poeta...
Re: La estatua
Quedo asombrada Feancisca ,tu poema La estatua nos deja en estado de reflexión ,fue todo un placer leerte y disfrutar de tu creatividad
Besitos
Noe
Invitado- Invitado
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