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La empatía
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La empatía
En la frialdad de un mundo
desprovisto de sentimientos,
la desaparición de un millar
de seres humanos no se diferencia
de la de un millar de conejos,
delfines o canguros. Incluso,
en la estadístita, en términos prácticos,
para el FMI,
resulta a veces más conveniente.
Quiero decir que la conciencia de todo eso,
su percepción –equivocada o no, es la que tengo–
puede acabar convirtiéndome en observador
más o menos ecuánime de la condición humana,
incluida la propia.
Trtar de ser un misántropo cualificado
tiene ventajas analgésicas,
pues atenúa la compasión global
y te hace selectivo y cauto,
ajeno a peligrosos entusiasmos,
más inclinado a reservar afectos y sentimientos
para los familiares, los amigos y
aquellos grupos sociales concretos
con voz y rostro que, formados,
deshechos y vueltos a formar
por las circunstancias, remueven mis sentimientos
y me inspiran simpatía.
El resto como conjunto,
la suerte global de la Humanidad,
puede acabar importándome muy poco.
Y de pronto, de vez en cuando,
ocurre el milagro y la palabra solidaridad
te borra la misantropía.
Rompe las barreras, a veces necesarias,
tras las que la vida me ha ido atrincherando
poco a poco
para salvarme del dolor.
Es ese refugio que creamos como cueva
para sumergirnos con nuetras pesadillas
con nuestros miedos, con nuestras preguntas...
La última vez que me ocurrió eso
fue hace unos días
cuando un joven
al subir al Ómnibus ,
me cedió su asiento.
desprovisto de sentimientos,
la desaparición de un millar
de seres humanos no se diferencia
de la de un millar de conejos,
delfines o canguros. Incluso,
en la estadístita, en términos prácticos,
para el FMI,
resulta a veces más conveniente.
Quiero decir que la conciencia de todo eso,
su percepción –equivocada o no, es la que tengo–
puede acabar convirtiéndome en observador
más o menos ecuánime de la condición humana,
incluida la propia.
Trtar de ser un misántropo cualificado
tiene ventajas analgésicas,
pues atenúa la compasión global
y te hace selectivo y cauto,
ajeno a peligrosos entusiasmos,
más inclinado a reservar afectos y sentimientos
para los familiares, los amigos y
aquellos grupos sociales concretos
con voz y rostro que, formados,
deshechos y vueltos a formar
por las circunstancias, remueven mis sentimientos
y me inspiran simpatía.
El resto como conjunto,
la suerte global de la Humanidad,
puede acabar importándome muy poco.
Y de pronto, de vez en cuando,
ocurre el milagro y la palabra solidaridad
te borra la misantropía.
Rompe las barreras, a veces necesarias,
tras las que la vida me ha ido atrincherando
poco a poco
para salvarme del dolor.
Es ese refugio que creamos como cueva
para sumergirnos con nuetras pesadillas
con nuestros miedos, con nuestras preguntas...
La última vez que me ocurrió eso
fue hace unos días
cuando un joven
al subir al Ómnibus ,
me cedió su asiento.
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