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ENTREVISTA PARTE III
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ENTREVISTA PARTE III
Lista larga ¿no? Repasarla me da un poco de frustración… Pero, en fin, no creo que estos libros mencionados tengan tanto valor como para tener derecho a la publicidad. Algunos de ellos sí tengo ganas de que sean editados en un futuro más o menos inmediato. Me gustaría que eso sucediera con “Sobre la vejez”, una especie de meditación poética sobre mi entrada a la vejez y viendo a mi madre, con la que viví en sus últimos cinco años de vida. También quisiera tener en las manos “El mar y la hoguera”, libro que me había prometido ilustrar una amiga artista plástica, inspirado en la relación de vida, amor y muerte entre Aquiles y Patroclo, tema céntrico de la Ilíada. Otro libro que me encantaría tener publicado cuanto antes es “Mi reino será el mar”, anclado también en temas de la antigüedad clásica, con tres partes dedicadas a Poseidón y su reino del mar, al Minotauro y el laberinto de la discriminación, y finalmente al Hades, reino invisible de los muertos. Hay un cuarto libro todavía que me encantaría verlo ya impreso, y es “Hay voces en las paredes”, porque tiene que ver con los recuerdos de Martínez y aquella vieja casona en Muñiz al 400 en la que vivimos en nuestra infancia, y que se cierra con una carta de sinceramiento con mi padre, con el que no me entendí demasiado bien mientras vivió. Seguramente, lo más ambicioso de publicar de estas veinte obras inéditas es “Recorridos breves de un largo itinerario” porque, como anoto en la lista de libros inéditos, reúne cuatro libros escritos durante los cinco años que viví con mamá y tienen que ver con actitudes mías de una nueva etapa.
La pregunta que me hiciste se completa con dramaturgia no estrenada. Y sí, escribo teatro de tanto en tanto. Y he estado en diversos proyectos, pero algunos quedaron a medio andar. Una idea importante era realizar la dramaturgia de la “Odisea”. Y ahí quedó, porque el director me dijo que eso se podía dar sólo en el Teatro San Martín de otros tiempos… Con “Islaín el solitario”, me sucedió que un director de coros se entusiasmó y me prometió componer música para los coros que alternan con los protagonistas; pero todo quedó en las buenas intenciones. Como también quedó en buenas intenciones, pero con posibilidades de resurrección, la versión de “Si cortarle la cabeza a la Gorgona”, nada menos que para una ópera, como me había sugerido el querido y recordado Eduardo Gudiño Kieffer, quien presentara la primera edición de esta obra; otro amigo músico, miembro de una importante orquesta, me hizo la propuesta, por lo que hice la adaptación con el título “Perseo y la Gorgona”; y como Donny Smith me había hecho la versión en inglés, ya hace unos años, para la revista “Metamorphoses” de la Smith College de la Universidad de Massachusetts (Fall 2005, vol. 13, Issue 2, pág. 68 ss.), preparé también el texto en inglés, “Perseus and Gorgon”, porque mi amigo me decía que para una ópera iba a ser más fácil… Bueno, allí estamos todavía, a la espera. Lo más frustrante fue darle, por meses, a los ensayos de “Abismo de la equilibrista inoportuna”, mi versión teatral de “Fuegos” de Marguerite Yourcenar, con nuestro grupo Zeus Teatro, compuesto por Karina Martínez como la Safo equilibrista, y por Marcelo Gamarra y yo mismo, los payasos del circo poético en cuestión. Y así quedaron también, pero sólo en los papeles, nuestros proyectos sobre obras de Oscar Wilde: “Salomé” y “Confieso”. Diría que las dificultades de la puesta han sido y son los problemas que no sé resolver. Y si me sigo incorporando al teatro, en estos últimos años, es sólo como traductor. El año pasado se estrenó “Creando un país para Alicia” del escritor italiano Giuseppe Cafiero, con la presencia del autor; y estamos por presentar “Los fantasmas de Joyce”, del mismo dramaturgo, con la Compañía teatral Quinto Piso, bajo la dirección de Daniel Godoy.
—Me parece que estaría bueno que además de puntualizar a qué autores (y en qué géneros y desde qué idiomas) has traducido al castellano –se hallan difundido ya tus versiones o no-, pormenorices respecto de las que te han demandado un esfuerzo mayor, con qué autor “te las viste en figurillas”, si estuviste a punto de renunciar –o llegaste a renunciar- a alguna traducción porque no lograbas alcanzar tu plena (¿plena?) satisfacción.
-De los clásicos greco-latinos no tengo de qué quejarme ni preocuparme; son lo que son, y hay muchas traducciones de todo tipo, entre versiones literales duras, a traducciones retorcidas y hasta las formas poéticas más sorprendentes. Si tengo que decir un nombre, no puedo dejar de recordar a Horacio Castillo, que me aconsejó con sabiduría y me corrigió con gran prudencia. Pero siempre uso mis versiones; para las clases de latín y griego he preferido hacer una traducción más cercana a la letra, para que sirva como instrumento y clave de los secretos de esas lenguas. En libros de ensayos trato de hacer justicia con los valores poéticos de los textos, que tienen lógicamente múltiples dificultades, ante todo por pertenecer a lenguas muertas que ya han perdido a sus hablantes; y, además, porque se escribieron en contextos culturales muy diversos, no sólo con respecto a estos tiempos nuestros, sino a los tiempos y circunstancias de su escritura, ya que muchos se distancian por varios siglos, y a veces nosotros tenemos la tendencia a considerarlos en bloque, como si fueran todos contemporáneos.
Muy distinta es mi actitud con respecto a la traducción de autores italianos. Hablo de los contemporáneos. Porque para Dante, por ejemplo, sobre el que hago con frecuencia cursos y talleres, sigo la traducción de mi profesor Ángel Battistessa, a veces con algún retoque si lo debo publicar en un ensayo, como es el caso de “El encanto de la oscuridad / y otras divagaciones sobre La Divina Comedia”. En este momento, o en estos últimos años, he traducido varias obras del ya mencionado escritor Giuseppe Cafiero. Afronté de él textos de narrativa, poesía y teatro. Lo más problemático ha sido su novela “James Joyce, Roma y otras historias”, sobre todo por la parte de la abundante información sobre Roma. Me exigió redactar una gran cantidad de “notas de traductor”, para clarificarle al lector de habla hispana las múltiples referencias sobre historia romana, sobre su riqueza arqueológica y artística, incluida abundante documentación eclesiástica. Me demandó más tiempo y coraje que el que imaginaba, y agradecí haber vivido tantos años allí, como para ubicarme y entender los desplazamientos de Joyce por los complejos itinerarios de la Urbe, según pinta la novela.
—No he tenido ocasión de verte en función actoral. ¿Cómo fue que te pusiste a nadar en esas aguas?... ¿Y cómo sentís que fuiste evolucionando, afirmándote, disfrutando de los personajes? Te pido, además, que nos ilustres sobre “Los fantasmas de Joyce” y las performances de poesía.
-Desde los seis años, es decir, cuando comencé mi primer grado en una escuela de Martínez, a la vuelta de mi casa, me he sentido vinculado al teatro. Y se lo debo a mi maestra Matilde Parodi Rolland, conocida como Titita, o Titita Muras por su apellido de casada. Debo decir que ella fue la maestra de mi fantasía, la que me impulsó a la creación desde esa temprana edad, y la que me hizo trabajar en el papel de payaso en una obra escrita por ella. Titita, hasta su muerte acaecida hace más de diez años, me acompañó siempre, absolutamente siempre en todos los acontecimientos de mi vida, incluidas las presentaciones de libros a los que se asoció con enorme alegría. Fue, y es, para mí, niño, adolescente, adulto, “la maestra”. Siempre apuntó a formar pequeños actores y dirigir teatro infantil. Por eso, siendo yo director del Colegio Don Bosco, de Ramos Mejía, vino a ver las instalaciones del bello teatro de ese instituto. Vino acompañada de un adolescente rubio que no tenía todavía quince años, Osmar Nuñez, quien desde ese momento sería para mí como un hermano menor. Osmar me acompañó en casi todas las presentaciones, leyendo los textos, desde el primer libro que presenté en 1990, “La estación necesaria”, hasta el año pasado 2012, cuando le hicimos los dos un justo homenaje a la maestra ausente pero viva con “Réquiem de guerra” y “Diálogo de pájaros”. ¡Una de las grandes maravillas de mi vida!
Desde aquellos seis años de mi primera actuación, seguí mi recorrido con los salesianos de Don Bosco. En segundo grado, año 1948, en el Colegio Santa Isabel, de San Isidro, me sentía ya un actor consumado con ocho años, y hasta intentaba escribir con nuestro primer grupo literario de compañeros, D’Almedia, Toyos y yo. Es que también tuvimos allí un maestro excepcional y gran actor como fue Mariano Volpe, que dirigía el cuadro dramático de ex alumnos, mientras que el Padre José Isidro Vaccaro escribía para ellos obras y guiones para diversos eventos. Y más tarde, desde 1954, cuando entré con catorce años al Seminario Menor de Bernal, me encontré con un artista eximio como fuera el Padre Juan Morano, ilustrador de revistas, escenógrafo y director de teatro, quien asociado a Carlos Forno, peluquero y maquillador del Teatro San Martín, formaron una dupla teatral imparable en aquel teatrito de Belgrano 280, que tenía casi todas sus sorpresas preparadas sobre las tablas de semana en semana. Eran tiempos en que se daban obras de la Galería Teatral Salesiana de Madrid, generalmente arregladas por los mismos autores, Arniches, Muñoz Seca, Pemán, y muchas veces, con orquesta en vivo, operetas italianas, en las que yo, siendo un tenor segundo de poco volumen, solía perder protagonismo y me contentaba con papeles secundarios. En 1960 comencé como docente en Ramos Mejía. Y entonces me dije que era una oportunidad para seguir con el teatro escolar que había aprendido, aunque ya con ínfulas universitarias.
Vuelto de Italia con un buen bagaje de cine -eran los años esplendorosos de Fellini, Antonioni, Visconti, Pasolini, Bolognini, Zurlini o De Sicca entre otros- me enganchó el periodista Alejandro Rossiglione para sus programas en Radio Porteña y allí me instalé con Butaca 68 y Butaca 69, hasta el cambio de mano con Radio Continental. Creo que entonces hubo un viraje en mis preferencias de docente. El teatro pasó a ser en mis esfuerzos colegiales un bien de lujo para determinadas ocasiones anuales, mientras que el cine, con talleres y actividades de cine-debate, se convirtió en mi preferencia de actividades extra-programáticas.
Todavía seguí dirigiendo cada tanto alguna obra de teatro hasta 1996; última, escrita por mí para las fiestas de mayo en el Colegio Mekhitarista, fue “Cinco días de mayo”, un verdadero fracaso. Sin embargo esa escuela aceptó mi guión cinematográfico, que hizo filmar el equipo del empresario Eurnekian y que se estrenó en el cine Metro el 21 de mayo de 1996, en los 40 años de la escuela, con copia de regalo para todos los espectadores invitados.
Fue entonces, en ese mismo año 1996, que decidí asociarme a Marcelo Gamarra, a quien había conocido en 1993, y me llevó al taller teatral de Adrián Porcel de Peralta. Formamos así el núcleo de lo que fue de inmediato “Zeus Teatro – grupo de coreutas ambulantes”, y arrancamos primero con nuestras performances de poesía y luego con lo que sería nuestro éxito durante tres años: “La Musa de los Muchachos”, sobre epigramas de Estratón de Sardes y otros poetas alejandrinos, obra con la que, desde Lugar Gay de Buenos Aires, logramos llegarnos hasta Nexo, el teatro Ift y el espacio teatral de la Galería Ghandi.
Llegó el 2001, con el hecho más lúgubre y terrible de mi vida, la muerte de mi hijo Alejandro. Lo que escribí desde ese momento quedó fijo en “Paternidad de sombra”, obra de poesía que reúne mi dolor de esos años, y que presenté en la SEA, acompañado por los dos laderos de siempre, Osmar Núñez y Marcelo Gamarra.
Nunca más volví a subir a un escenario para hacer teatro. Sí para realizar performances poéticas con Marcelo, siendo las que más recordamos, en la SEA con una noche erótica en 2010, en Casa Brandon en 2011, y en la Casa del Tango -de La Plata- en 2012. Con Gito Minore de La Imaginería, un centro cultural, me prendo para sacar la poesía a la calle. Este año hemos leído en abril en el Obelisco, y en septiembre en la Avenida Boedo, parando en todos las esquinas emblemáticas que, desde la Editorial Claridad, llevan los nombres de los escritores de Boedo, como Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo o César Tiempo.
Con todo yo he seguido en el programa radial “Doble Ancho”, entre 2008 y 2012, con mi columna de comentarios culturales sobre libros literarios, cine y teatro, pasando por AGRadio, radio La Boca y Radio Boedo. Continuidad, si se quiere, de lo realizado periodísticamente en la década de los ‘90 en el Diario Clarín, como ayudante de Marcelo Pichón Riviere, en el Suplemento “Jornada Cultural” de Diario de Trelew y en la Revista NEXO.
-Viene ahora la solicitud de que nos indiques la dirección del sitio web donde se encuentra “Entre Afrodita y Eros. Deseo, amor y sexo en la poesía de Grecia”, esa antología anotada. Y que nos interiorices sobre los cursos y talleres realizados a partir de allí. Sobre el singular volumen “La proctomaquia o El cantar de los culos” no te preguntaré, Wences, puesto que en la Red nuestros lectores –les aviso- encontrarán bastante material si en los buscadores ponen tu nombre o el título de la obra.
-Actualmente el archivo del libro “Entre Afrodita y Eros. Deseo, amor y sexo en la poesía de Grecia”, se encuentra en su totalidad de cinco capítulos, y con la versión incómoda de notas al final de cada uno de esos capítulos, en mi propia página web en el tópico “traducciones”. Se trata de una selección de textos que terminaron en libro en 2001, y que usé entre 1994, a mi regreso a la Argentina, hasta 2000, pero que sigo usando todavía hoy en talleres y cursos.
En estos veinte años he multiplicado los encuentros sobre poesía erótica de la Grecia clásica, así como también de la Roma monárquica, republicana e imperial. Mis charlas no eran omnicomprensivas, sino más bien tomaba algunos puntos neurálgicos del tema, por ejemplo La Ilíada y la Odisea, el teatro griego del Ática o la Musa de los Muchachos y los poetas alejandrinos. A veces he hecho cursos centrándome en algún poeta en especial, como Safo, Calímaco, Teócrito o Estratón de Sardes, y en el teatro he tenido preferencias por Eurípides y sus transgresiones dramáticas.
Mis charlas sobre literatura erótica de Roma no han tenido la misma suerte de encontrarse con el libro bien armado. Pero es posible que alguna vez suceda porque tengo todo el material sobre esos cursos. Más allá de mi interés por Catulo, Virgilio, Horacio u Ovidio, mis preferencias fueron detrás del Satiricón de Petronio, hasta el punto que imaginé un final a esa obra que nos ha llegado fragmentadamente y que se convirtió en mi novela “Las vigilias de Príapo”, socializada el año pasado 2012 en Ediciones Las Miradas de Eros / los libros del Simposio, editorial erótica que me pertenece y que está, por el momento bastante estancada, después de una batalla legal por el título primitivo que era Editorial Simposio, en homenaje al “Simposio”, mal llamado Banquete, de Platón.
Sobre “La Proctomaquia o el Cantar de los culos”, tengo bastante para decir. Respeto la contención que ponés en tu pregunta. Aclaro sólo que se trata de un “falso poema” de un poeta alejandrino inexistente, Aristón de Mitilene. Más allá de lo llamativo que pueda ser el título, quiero explicitar que el libro es una burla a la belleza que pretendidamente se expone hoy en el cuerpo. Como otrora las diosas habían apostado a ver quién era la más bella, y gana Afrodita con trampa, aquí son tres dioses los que concursarán para ver quién tiene el mejor culo, Ares, Apolo y Dioniso, convocados por Hermes a instancias de Afrodita misma. Y no cuento cómo termina la historia… También se puede buscar la obra en mi página web.
—Ya jubilado de la docencia, ¿cómo recordás tus años al frente de las tres materias? ¿Cuál preferías? ¿Anécdotas, añoranzas?
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La pregunta que me hiciste se completa con dramaturgia no estrenada. Y sí, escribo teatro de tanto en tanto. Y he estado en diversos proyectos, pero algunos quedaron a medio andar. Una idea importante era realizar la dramaturgia de la “Odisea”. Y ahí quedó, porque el director me dijo que eso se podía dar sólo en el Teatro San Martín de otros tiempos… Con “Islaín el solitario”, me sucedió que un director de coros se entusiasmó y me prometió componer música para los coros que alternan con los protagonistas; pero todo quedó en las buenas intenciones. Como también quedó en buenas intenciones, pero con posibilidades de resurrección, la versión de “Si cortarle la cabeza a la Gorgona”, nada menos que para una ópera, como me había sugerido el querido y recordado Eduardo Gudiño Kieffer, quien presentara la primera edición de esta obra; otro amigo músico, miembro de una importante orquesta, me hizo la propuesta, por lo que hice la adaptación con el título “Perseo y la Gorgona”; y como Donny Smith me había hecho la versión en inglés, ya hace unos años, para la revista “Metamorphoses” de la Smith College de la Universidad de Massachusetts (Fall 2005, vol. 13, Issue 2, pág. 68 ss.), preparé también el texto en inglés, “Perseus and Gorgon”, porque mi amigo me decía que para una ópera iba a ser más fácil… Bueno, allí estamos todavía, a la espera. Lo más frustrante fue darle, por meses, a los ensayos de “Abismo de la equilibrista inoportuna”, mi versión teatral de “Fuegos” de Marguerite Yourcenar, con nuestro grupo Zeus Teatro, compuesto por Karina Martínez como la Safo equilibrista, y por Marcelo Gamarra y yo mismo, los payasos del circo poético en cuestión. Y así quedaron también, pero sólo en los papeles, nuestros proyectos sobre obras de Oscar Wilde: “Salomé” y “Confieso”. Diría que las dificultades de la puesta han sido y son los problemas que no sé resolver. Y si me sigo incorporando al teatro, en estos últimos años, es sólo como traductor. El año pasado se estrenó “Creando un país para Alicia” del escritor italiano Giuseppe Cafiero, con la presencia del autor; y estamos por presentar “Los fantasmas de Joyce”, del mismo dramaturgo, con la Compañía teatral Quinto Piso, bajo la dirección de Daniel Godoy.
—Me parece que estaría bueno que además de puntualizar a qué autores (y en qué géneros y desde qué idiomas) has traducido al castellano –se hallan difundido ya tus versiones o no-, pormenorices respecto de las que te han demandado un esfuerzo mayor, con qué autor “te las viste en figurillas”, si estuviste a punto de renunciar –o llegaste a renunciar- a alguna traducción porque no lograbas alcanzar tu plena (¿plena?) satisfacción.
-De los clásicos greco-latinos no tengo de qué quejarme ni preocuparme; son lo que son, y hay muchas traducciones de todo tipo, entre versiones literales duras, a traducciones retorcidas y hasta las formas poéticas más sorprendentes. Si tengo que decir un nombre, no puedo dejar de recordar a Horacio Castillo, que me aconsejó con sabiduría y me corrigió con gran prudencia. Pero siempre uso mis versiones; para las clases de latín y griego he preferido hacer una traducción más cercana a la letra, para que sirva como instrumento y clave de los secretos de esas lenguas. En libros de ensayos trato de hacer justicia con los valores poéticos de los textos, que tienen lógicamente múltiples dificultades, ante todo por pertenecer a lenguas muertas que ya han perdido a sus hablantes; y, además, porque se escribieron en contextos culturales muy diversos, no sólo con respecto a estos tiempos nuestros, sino a los tiempos y circunstancias de su escritura, ya que muchos se distancian por varios siglos, y a veces nosotros tenemos la tendencia a considerarlos en bloque, como si fueran todos contemporáneos.
Muy distinta es mi actitud con respecto a la traducción de autores italianos. Hablo de los contemporáneos. Porque para Dante, por ejemplo, sobre el que hago con frecuencia cursos y talleres, sigo la traducción de mi profesor Ángel Battistessa, a veces con algún retoque si lo debo publicar en un ensayo, como es el caso de “El encanto de la oscuridad / y otras divagaciones sobre La Divina Comedia”. En este momento, o en estos últimos años, he traducido varias obras del ya mencionado escritor Giuseppe Cafiero. Afronté de él textos de narrativa, poesía y teatro. Lo más problemático ha sido su novela “James Joyce, Roma y otras historias”, sobre todo por la parte de la abundante información sobre Roma. Me exigió redactar una gran cantidad de “notas de traductor”, para clarificarle al lector de habla hispana las múltiples referencias sobre historia romana, sobre su riqueza arqueológica y artística, incluida abundante documentación eclesiástica. Me demandó más tiempo y coraje que el que imaginaba, y agradecí haber vivido tantos años allí, como para ubicarme y entender los desplazamientos de Joyce por los complejos itinerarios de la Urbe, según pinta la novela.
—No he tenido ocasión de verte en función actoral. ¿Cómo fue que te pusiste a nadar en esas aguas?... ¿Y cómo sentís que fuiste evolucionando, afirmándote, disfrutando de los personajes? Te pido, además, que nos ilustres sobre “Los fantasmas de Joyce” y las performances de poesía.
-Desde los seis años, es decir, cuando comencé mi primer grado en una escuela de Martínez, a la vuelta de mi casa, me he sentido vinculado al teatro. Y se lo debo a mi maestra Matilde Parodi Rolland, conocida como Titita, o Titita Muras por su apellido de casada. Debo decir que ella fue la maestra de mi fantasía, la que me impulsó a la creación desde esa temprana edad, y la que me hizo trabajar en el papel de payaso en una obra escrita por ella. Titita, hasta su muerte acaecida hace más de diez años, me acompañó siempre, absolutamente siempre en todos los acontecimientos de mi vida, incluidas las presentaciones de libros a los que se asoció con enorme alegría. Fue, y es, para mí, niño, adolescente, adulto, “la maestra”. Siempre apuntó a formar pequeños actores y dirigir teatro infantil. Por eso, siendo yo director del Colegio Don Bosco, de Ramos Mejía, vino a ver las instalaciones del bello teatro de ese instituto. Vino acompañada de un adolescente rubio que no tenía todavía quince años, Osmar Nuñez, quien desde ese momento sería para mí como un hermano menor. Osmar me acompañó en casi todas las presentaciones, leyendo los textos, desde el primer libro que presenté en 1990, “La estación necesaria”, hasta el año pasado 2012, cuando le hicimos los dos un justo homenaje a la maestra ausente pero viva con “Réquiem de guerra” y “Diálogo de pájaros”. ¡Una de las grandes maravillas de mi vida!
Desde aquellos seis años de mi primera actuación, seguí mi recorrido con los salesianos de Don Bosco. En segundo grado, año 1948, en el Colegio Santa Isabel, de San Isidro, me sentía ya un actor consumado con ocho años, y hasta intentaba escribir con nuestro primer grupo literario de compañeros, D’Almedia, Toyos y yo. Es que también tuvimos allí un maestro excepcional y gran actor como fue Mariano Volpe, que dirigía el cuadro dramático de ex alumnos, mientras que el Padre José Isidro Vaccaro escribía para ellos obras y guiones para diversos eventos. Y más tarde, desde 1954, cuando entré con catorce años al Seminario Menor de Bernal, me encontré con un artista eximio como fuera el Padre Juan Morano, ilustrador de revistas, escenógrafo y director de teatro, quien asociado a Carlos Forno, peluquero y maquillador del Teatro San Martín, formaron una dupla teatral imparable en aquel teatrito de Belgrano 280, que tenía casi todas sus sorpresas preparadas sobre las tablas de semana en semana. Eran tiempos en que se daban obras de la Galería Teatral Salesiana de Madrid, generalmente arregladas por los mismos autores, Arniches, Muñoz Seca, Pemán, y muchas veces, con orquesta en vivo, operetas italianas, en las que yo, siendo un tenor segundo de poco volumen, solía perder protagonismo y me contentaba con papeles secundarios. En 1960 comencé como docente en Ramos Mejía. Y entonces me dije que era una oportunidad para seguir con el teatro escolar que había aprendido, aunque ya con ínfulas universitarias.
Vuelto de Italia con un buen bagaje de cine -eran los años esplendorosos de Fellini, Antonioni, Visconti, Pasolini, Bolognini, Zurlini o De Sicca entre otros- me enganchó el periodista Alejandro Rossiglione para sus programas en Radio Porteña y allí me instalé con Butaca 68 y Butaca 69, hasta el cambio de mano con Radio Continental. Creo que entonces hubo un viraje en mis preferencias de docente. El teatro pasó a ser en mis esfuerzos colegiales un bien de lujo para determinadas ocasiones anuales, mientras que el cine, con talleres y actividades de cine-debate, se convirtió en mi preferencia de actividades extra-programáticas.
Todavía seguí dirigiendo cada tanto alguna obra de teatro hasta 1996; última, escrita por mí para las fiestas de mayo en el Colegio Mekhitarista, fue “Cinco días de mayo”, un verdadero fracaso. Sin embargo esa escuela aceptó mi guión cinematográfico, que hizo filmar el equipo del empresario Eurnekian y que se estrenó en el cine Metro el 21 de mayo de 1996, en los 40 años de la escuela, con copia de regalo para todos los espectadores invitados.
Fue entonces, en ese mismo año 1996, que decidí asociarme a Marcelo Gamarra, a quien había conocido en 1993, y me llevó al taller teatral de Adrián Porcel de Peralta. Formamos así el núcleo de lo que fue de inmediato “Zeus Teatro – grupo de coreutas ambulantes”, y arrancamos primero con nuestras performances de poesía y luego con lo que sería nuestro éxito durante tres años: “La Musa de los Muchachos”, sobre epigramas de Estratón de Sardes y otros poetas alejandrinos, obra con la que, desde Lugar Gay de Buenos Aires, logramos llegarnos hasta Nexo, el teatro Ift y el espacio teatral de la Galería Ghandi.
Llegó el 2001, con el hecho más lúgubre y terrible de mi vida, la muerte de mi hijo Alejandro. Lo que escribí desde ese momento quedó fijo en “Paternidad de sombra”, obra de poesía que reúne mi dolor de esos años, y que presenté en la SEA, acompañado por los dos laderos de siempre, Osmar Núñez y Marcelo Gamarra.
Nunca más volví a subir a un escenario para hacer teatro. Sí para realizar performances poéticas con Marcelo, siendo las que más recordamos, en la SEA con una noche erótica en 2010, en Casa Brandon en 2011, y en la Casa del Tango -de La Plata- en 2012. Con Gito Minore de La Imaginería, un centro cultural, me prendo para sacar la poesía a la calle. Este año hemos leído en abril en el Obelisco, y en septiembre en la Avenida Boedo, parando en todos las esquinas emblemáticas que, desde la Editorial Claridad, llevan los nombres de los escritores de Boedo, como Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo o César Tiempo.
Con todo yo he seguido en el programa radial “Doble Ancho”, entre 2008 y 2012, con mi columna de comentarios culturales sobre libros literarios, cine y teatro, pasando por AGRadio, radio La Boca y Radio Boedo. Continuidad, si se quiere, de lo realizado periodísticamente en la década de los ‘90 en el Diario Clarín, como ayudante de Marcelo Pichón Riviere, en el Suplemento “Jornada Cultural” de Diario de Trelew y en la Revista NEXO.
-Viene ahora la solicitud de que nos indiques la dirección del sitio web donde se encuentra “Entre Afrodita y Eros. Deseo, amor y sexo en la poesía de Grecia”, esa antología anotada. Y que nos interiorices sobre los cursos y talleres realizados a partir de allí. Sobre el singular volumen “La proctomaquia o El cantar de los culos” no te preguntaré, Wences, puesto que en la Red nuestros lectores –les aviso- encontrarán bastante material si en los buscadores ponen tu nombre o el título de la obra.
-Actualmente el archivo del libro “Entre Afrodita y Eros. Deseo, amor y sexo en la poesía de Grecia”, se encuentra en su totalidad de cinco capítulos, y con la versión incómoda de notas al final de cada uno de esos capítulos, en mi propia página web en el tópico “traducciones”. Se trata de una selección de textos que terminaron en libro en 2001, y que usé entre 1994, a mi regreso a la Argentina, hasta 2000, pero que sigo usando todavía hoy en talleres y cursos.
En estos veinte años he multiplicado los encuentros sobre poesía erótica de la Grecia clásica, así como también de la Roma monárquica, republicana e imperial. Mis charlas no eran omnicomprensivas, sino más bien tomaba algunos puntos neurálgicos del tema, por ejemplo La Ilíada y la Odisea, el teatro griego del Ática o la Musa de los Muchachos y los poetas alejandrinos. A veces he hecho cursos centrándome en algún poeta en especial, como Safo, Calímaco, Teócrito o Estratón de Sardes, y en el teatro he tenido preferencias por Eurípides y sus transgresiones dramáticas.
Mis charlas sobre literatura erótica de Roma no han tenido la misma suerte de encontrarse con el libro bien armado. Pero es posible que alguna vez suceda porque tengo todo el material sobre esos cursos. Más allá de mi interés por Catulo, Virgilio, Horacio u Ovidio, mis preferencias fueron detrás del Satiricón de Petronio, hasta el punto que imaginé un final a esa obra que nos ha llegado fragmentadamente y que se convirtió en mi novela “Las vigilias de Príapo”, socializada el año pasado 2012 en Ediciones Las Miradas de Eros / los libros del Simposio, editorial erótica que me pertenece y que está, por el momento bastante estancada, después de una batalla legal por el título primitivo que era Editorial Simposio, en homenaje al “Simposio”, mal llamado Banquete, de Platón.
Sobre “La Proctomaquia o el Cantar de los culos”, tengo bastante para decir. Respeto la contención que ponés en tu pregunta. Aclaro sólo que se trata de un “falso poema” de un poeta alejandrino inexistente, Aristón de Mitilene. Más allá de lo llamativo que pueda ser el título, quiero explicitar que el libro es una burla a la belleza que pretendidamente se expone hoy en el cuerpo. Como otrora las diosas habían apostado a ver quién era la más bella, y gana Afrodita con trampa, aquí son tres dioses los que concursarán para ver quién tiene el mejor culo, Ares, Apolo y Dioniso, convocados por Hermes a instancias de Afrodita misma. Y no cuento cómo termina la historia… También se puede buscar la obra en mi página web.
—Ya jubilado de la docencia, ¿cómo recordás tus años al frente de las tres materias? ¿Cuál preferías? ¿Anécdotas, añoranzas?
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