Anuncios
No hay anuncios disponibles.
ENTREVISTA PARTE IV
Página 1 de 1.
ENTREVISTA PARTE IV
-Al jubilarme, se me hizo un enorme vacío que todavía, a cinco años, me cuesta llenar. Viví muy feliz como docente. Y diría que no sólo porque me encantaba dar latín, griego o literatura italiana, en este último caso no se trataba de la lengua, sino porque me gustaba estar en el aula. Estas materias las he dado en nivel terciario en la Universidad o en Profesorados. Pero me encantaba, sobre todo, trabajar con adolescentes en el nivel secundario, siempre en los últimos cursos, donde se trataba de lengua y literatura española simplemente. Pero el margen educativo era mayor: ayudar a que los chicos lograran no sólo una lectura comprensiva, sino también crítica, consiguiendo madurar en la propia expresión y en un sentido de juicio personal, libre y motivado. Es decir, me ha fascinado más ser educador que trasmisor de conocimientos, considerando que la perspectiva educativa comienza con un entendimiento afectivo, antes que intelectivo.
Lo interesante es que todavía hoy me encuentro con mis ex alumnos de los ‘60 y los ‘70. Y los de los últimos años del 2000, grupos que organizan eventos multimediáticos, porque hay excelentes artistas plásticos, actores y actrices, fotógrafos y músicos, me llaman para que me integre a sus encuentros para… ¡hacerme leer poesía!
—A pesar de que nos hemos visto muchas veces, y hemos compartido espacios públicos y privados, y jamás tuvimos un encontronazo, y coincidimos en antologías y revistas, nunca mantuvimos una conversación a fondo (o, en todo caso, la mantuvimos pero siempre respecto de algún asunto puntual). Ignoro, sin ir más lejos, si has residido, aunque más no fuera durante lapsos breves, en algún otro país, además de Italia. ¿Puede ser que me cuentes en qué barrio naciste y cómo siguió tu derrotero en lo que concierne a viajes y residencias?
-Bueno, comencemos en todo caso por mi nacimiento, que según me contó mi madre, más comunicativa que papá, fue en el Instituto del Diagnóstico que, por aquel entonces, estaba ubicado en la Avda. Córdoba y Ecuador. Eso fue un 29 de julio de 1940, a las 17.15, para ser más precisos. Era un día de lluvia muy fuerte. En realidad en la Ciudad de Buenos Aires no viví de niño mucho tiempo. En 1946 emigramos hacia el norte de la Provincia, a Martínez, donde estuve hasta 1953. A partir de 1954 entré al seminario menor de Bernal; y allí me recibí de maestro normal nacional y completé los estudios de filosofía. En 1960 ya estaba instalado en Ramos Mejía, donde comencé mi trabajo de maestro, pero sólo por tres años, ya que a fines de 1962 me enviaron a Turín, Italia, para estudiar teología en lo que inicialmente fue el PAS (Pontificio Ateneo Salesiano), transformándose en 1965 en UPS (Universidad Pontificia Salesiana), ya con sede en Roma. En 1966 volví a la Argentina, y mientras seguía la carrera de Letras en la UCA, daba clases de lengua y literatura griega y latina en Ramos Mejía. Estuve luego tres años en el Colegio León XIII, ubicado en la calle Dorrego al 2100, para volver a partir de 1971 a la zona oeste, primero Ramos Mejía y luego San Justo.
Fui teniendo cargos de cierta importancia en la Institución Salesiana: primero como director y rector de un colegio, luego como vicario inspectorial de una zona, para terminar siendo inspector provincial de las obras salesianas de la Capital Federal, Santa Cruz y Tierra del Fuego, con sede en la Ciudad de Buenos Aires, zona Almagro, en donde residí desde 1982 hasta 1989. Por motivo de mi trabajo, en esos años viajé mucho a Europa; y entre 1977 y 1988 permanecí por largos períodos en Roma, integrando equipos de elaboración de documentos, como la “Ratio studiorum” de los salesianos, es decir, la planificación de los estudios en la formación de los nuevos religiosos.
En marzo de 1982, la federación de todas las órdenes y congregaciones de hombres (díganse, dominicos, franciscanos, redentoristas, salesianos, jesuitas, maristas, lassallanos, hermanos de San Juan de Dios, agustinos, etc.), me eligieron presidente de esa entidad denominada CAR (Conferencia Argentina de Religiosos), cargo que mantuve por dos períodos hasta marzo de 1988, y que me obligó a viajar, además, por todo el continente americano. Eran habituales las reuniones en los países limítrofes; pero debí asistir a reuniones incluso en Panamá, Guatemala, Haití, países menos frecuentados en el periplo de encuentros y reuniones.
Realicé viajes y tareas que me llevaron por muy distintas naciones de Europa, como Eslovenia, Croacia y Serbia, Bulgaria, Turquía y Grecia. Llegué incluso a Israel y Egipto; recuerdo mi llegada problemática a Tel Aviv, porque como llevaba correspondencia para los salesianos de Cremisán, Belén, me tuvieron detenido en el aeropuerto, con la sospecha de ser un agente de alguna entidad internacional, lo que quedaba casi demostrado por los sellos de tantos países en mi pasaporte. Pero lo que recuerdo con más impresión fue mi viaje a Angola, para ver a los primeros salesianos que se habían establecido allí hacía apenas un año, porque era una zona africana que patrocinábamos desde Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. El país estaba en plena guerra civil entre las fuerzas del Presidente José Santos y el insurgente Jonathan Zabimbi; por ese motivo no pude llegarme hasta Luena desde la capital Luanda, en donde paraba. Sin embargo, al uruguayo Pepe Uría se le ocurrió que debía llegarme hasta su parroquia de Calulo, pasando el río Kuanza. Y para allá nos fuimos, a pesar de que la embajada del Brasil había dado el alerta de que las tropas rebeldes andaban por esa zona. De hecho, cuando llegamos al gran río que divide en dos el territorio nacional, nos pararon soldados de las tropas cubanas, allí apostados, y nos sugirieron muy amablemente que diéramos la media vuelta. Pero como Pepe insistió en que no podía dejar abandonada a la gente de su parroquia, hacia allí nos fuimos. Todo fue una fiesta; el centro parroquial extraordinario, la gente de una calidez total. Saqué fotos a diestra y siniestra. Al final de mi visita de tres días, pude regresar sin inconveniente alguno, esta vez camino a Dondo, un 2 de septiembre, recuerdo muy bien. Al día siguiente, corrió como un reguero de pólvora la noticia de que las tropas revolucionarias habían entrado en Calulo, y secuestrando a varias personas, el primero a Pepe Uría, el párroco. Y se llevaron a los cautivos a través de la selva caminando casi durante cuatro meses, soltándolos recién en la Navidad de ese año 1983. Mis fotos pasaron inadvertidas por la aduana cuando salí del país; y a pesar de que viajé en un avión militar con heridos de guerra rumbo a Belgrado, esas imágenes se transformaron en el testimonio de un trabajo riesgoso y de una vida precaria en plena guerra civil. Pero umbundos y kimbundos, en ambas márgenes del Kuanza, nunca perdieron su alegría. Todavía me parece verles una sonrisa maravillosa. Llegué a Roma sano y salvo y todavía con algo de voz para contar…
A fines del año 1989 sucedió un cambio y una toma de decisión fundamental en mi vida: el alejamiento de la vida sacerdotal y de la iglesia. Los motivos de viraje tan violento quedaron enumerados en una carta a mis superiores que se hizo pública. El asunto da como para un libro. Conseguí entonces ubicarme en el departamento en donde vivo actualmente, en el Abasto, gracias a la ayuda de amigos y de la misma institución salesiana. Por ese entonces yo no sabía que había nacido a cuatro cuadras de aquí, ni tampoco que ésta iba a ser mi casa en la que viviría por más tiempo, alrededor de veinte años. Había conseguido unas pocas horas de clase en Castelar, y me moría de hambre.
Como un antiguo compañero de mis años juveniles me ofreciera un trabajo de pedagogo en el Instituto Oasi de Troina, Sicilia, con un generoso sueldo y la posibilidad de investigar sobre escuela y discapacidad mental y la inserción de los padres en la “escuela de todos”, sin pensarlo demasiado, preparé mis valijas y decidí emprender viaje, imaginando que me quedaría ya para siempre en esa nación, a la que reconocía como “madre de mi formación cultural y artística”. Allí viví tres años de trabajo, profundamente feliz por las posibilidades que se me daban, incluso para participar en congresos europeos, como fue el caso de Alemania y Portugal, llevando mis trabajos de investigación, mientras publicaba las conclusiones en la revista de la Institución, convirtiéndome en colaborador permanente. Y hasta tenía posibilidad de relacionarme con escritores del lugar, como fue el caso de Luigi Ruberto. En esos tiempos, viajaba en forma permanente a Múnich, en donde vivía con su familia, mi ex alumno Miguel Macek, de origen esloveno, convertido ahora en psicólogo social. Fueron años de mucha producción literaria.
Pero no podría haber adivinado nunca que en junio de 1993 fallecería mi padre repentinamente. Ya mi hermana Marta, tres años más joven que yo, había fallecido en 1982. Y mi hermano Horacio, el tercero, requirió mi presencia en Buenos Aires, porque él mismo no estaba bien; de hecho falleció tres años después. Ante este panorama, al volver, decidí quedarme en la Argentina y ya nunca pude regresar a Europa. Como conseguí un trabajo de delegado inspector de una jueza de menores en los Tribunales de Talcahuano y Lavalle, logré hacerme cargo de un menor en riesgo, de Quilmes, que se transformó de inmediato en mi hijo del corazón, Alejandro David.
Por ese entonces, me pareció encontrar mi lugar en el mundo en La Coronilla, última población sobre la ruta 9, antes del Chuy, frontera con Brasil, en la República Oriental del Uruguay, punto de referencia de una mínima actividad comercial y playa de mi contemplación del mar. Desde hace dieciséis años, voy y vengo en forma casi permanente. Allí descanso, allí escribo; y de allí salieron obras como “La Proctomaquia…”, “El mar y la hoguera”, “Mi reino será el mar”, “Volver a La Coronilla” y otros últimos textos.
—No sólo pertenecés a la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, sino que, fuiste secretario de esa entidad durante un año. Por lo cual te convoco a que les trasmitas a los argentinos que no conozcan la SEA y a los extranjeros que tampoco la conozcan, cuál ha sido el origen de su fundación, cuándo, su funcionamiento, etc.
En realidad son tres las sociedades de escritores a las que estoy afiliado como socio; la SADE, la tradicional Sociedad Argentina de Escritores, con su antigua sede en la calle Uruguay, fue la primera. Y sigo pagando mi cuota social, aunque voy bastante poco. En 2001 Víctor Redondo capitaneó una especie de rebelión contra la SADE, por diversos motivos, algunos de los cuales tuvieron bastante trascendencia. Decide entonces crear una nueva entidad, la SEA, la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina. Me acuerdo que suscribimos el acta fundacional casi doscientos participantes. De hecho, tengo el número de socio 124, siendo de esa primera camada. La SEA prometía luchar por el reconocimiento de los derechos de los escritores. Se logró, después de las primeras estrecheces, tener una sede realmente cómoda, por comodato, en el 2° piso de la Estación del Ferrocarril Sarmiento. Y el momento culminante de la lucha llegó en el 2009, cuando se consiguió que la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la abstención de los legisladores oficialistas del PRO, lograra la aprobación del RAL, Reconocimiento a la Actividad Literaria, subsidio equivalente a una especie de jubilación. Por suerte Macri no vetó la nueva ley.
Por ese entonces los integrantes de APOA, la Asociación de Poetas de la Argentina, se reunía asiduamente en el Bar Bukowski, siendo su presidente Cayetano Zemborain. Adherí también a este movimiento, sobre todo porque trata de llevar la poesía a las escuelas y centros de salud. En el seno de esta organización nació la iniciativa hace cinco años de reunir a jóvenes poetas, menores de treinta años; el nombre de estos encuentros anuales se denomina “Juntada” y abarca a jóvenes de todo el país, con una visión realmente federal. Celebro esta actividad, que acompaño, observando motivaciones, estilos, eventos y grupos de los jóvenes en distintos puntos, como en la Juntada, en la F.L.I.A. (la Feria del Libro Independiente, Autónomo, Autogestivo, Anárquico, y todo lo que la A pueda querer decir), en Vivaldi Libros Bar. Creo que lo que he ido escribiendo en estos años, a manera de ensayos de observación, me hacen sentir en continuidad con el trabajo de mis épocas de docente, mientras que, al mismo tiempo, la creatividad artística juvenil me produce una enorme felicidad.
Wenceslao Maldonado selecciona para esta entrevista, en diciembre de 2013, seis poemas de su autoría (2006-2012), pertenecientes a “Recorridos breves de un largo itinerario”, recopilación de recopilaciones en cinco libros:
1.-
levedad de voces
en los labios
y nada más que alas
en la respiración
hasta espantarme
(del libro primero RESQUICIOS, palabra, 2006)
2.-
desbordada
mi locura levanta
su barrilete de fantasía
por cielos de libertad en las esferas
más azules de la altura
y despliega
(creo que sin vergüenza)
todo su deseo de un baile despreocupado
(ante el quiebre de las censuras)
todo el gesto de sus brazos y sus piernas
(ante la burla del conformismo ciudadano)
toda la algarabía de su vestido en giros
(ante el malhumor que no respeta)
y mira lo que es
en el espejo interior del sentimiento
(en la carta de identidad de su existencia)
y baila baila baila
a viento suelto a cielo abierto
y ríe ríe ríe
la risa cuanto se quiera
mientras el cuerpo define
en el aire enloquecido de la altura
la elección del movimiento
Lo interesante es que todavía hoy me encuentro con mis ex alumnos de los ‘60 y los ‘70. Y los de los últimos años del 2000, grupos que organizan eventos multimediáticos, porque hay excelentes artistas plásticos, actores y actrices, fotógrafos y músicos, me llaman para que me integre a sus encuentros para… ¡hacerme leer poesía!
—A pesar de que nos hemos visto muchas veces, y hemos compartido espacios públicos y privados, y jamás tuvimos un encontronazo, y coincidimos en antologías y revistas, nunca mantuvimos una conversación a fondo (o, en todo caso, la mantuvimos pero siempre respecto de algún asunto puntual). Ignoro, sin ir más lejos, si has residido, aunque más no fuera durante lapsos breves, en algún otro país, además de Italia. ¿Puede ser que me cuentes en qué barrio naciste y cómo siguió tu derrotero en lo que concierne a viajes y residencias?
-Bueno, comencemos en todo caso por mi nacimiento, que según me contó mi madre, más comunicativa que papá, fue en el Instituto del Diagnóstico que, por aquel entonces, estaba ubicado en la Avda. Córdoba y Ecuador. Eso fue un 29 de julio de 1940, a las 17.15, para ser más precisos. Era un día de lluvia muy fuerte. En realidad en la Ciudad de Buenos Aires no viví de niño mucho tiempo. En 1946 emigramos hacia el norte de la Provincia, a Martínez, donde estuve hasta 1953. A partir de 1954 entré al seminario menor de Bernal; y allí me recibí de maestro normal nacional y completé los estudios de filosofía. En 1960 ya estaba instalado en Ramos Mejía, donde comencé mi trabajo de maestro, pero sólo por tres años, ya que a fines de 1962 me enviaron a Turín, Italia, para estudiar teología en lo que inicialmente fue el PAS (Pontificio Ateneo Salesiano), transformándose en 1965 en UPS (Universidad Pontificia Salesiana), ya con sede en Roma. En 1966 volví a la Argentina, y mientras seguía la carrera de Letras en la UCA, daba clases de lengua y literatura griega y latina en Ramos Mejía. Estuve luego tres años en el Colegio León XIII, ubicado en la calle Dorrego al 2100, para volver a partir de 1971 a la zona oeste, primero Ramos Mejía y luego San Justo.
Fui teniendo cargos de cierta importancia en la Institución Salesiana: primero como director y rector de un colegio, luego como vicario inspectorial de una zona, para terminar siendo inspector provincial de las obras salesianas de la Capital Federal, Santa Cruz y Tierra del Fuego, con sede en la Ciudad de Buenos Aires, zona Almagro, en donde residí desde 1982 hasta 1989. Por motivo de mi trabajo, en esos años viajé mucho a Europa; y entre 1977 y 1988 permanecí por largos períodos en Roma, integrando equipos de elaboración de documentos, como la “Ratio studiorum” de los salesianos, es decir, la planificación de los estudios en la formación de los nuevos religiosos.
En marzo de 1982, la federación de todas las órdenes y congregaciones de hombres (díganse, dominicos, franciscanos, redentoristas, salesianos, jesuitas, maristas, lassallanos, hermanos de San Juan de Dios, agustinos, etc.), me eligieron presidente de esa entidad denominada CAR (Conferencia Argentina de Religiosos), cargo que mantuve por dos períodos hasta marzo de 1988, y que me obligó a viajar, además, por todo el continente americano. Eran habituales las reuniones en los países limítrofes; pero debí asistir a reuniones incluso en Panamá, Guatemala, Haití, países menos frecuentados en el periplo de encuentros y reuniones.
Realicé viajes y tareas que me llevaron por muy distintas naciones de Europa, como Eslovenia, Croacia y Serbia, Bulgaria, Turquía y Grecia. Llegué incluso a Israel y Egipto; recuerdo mi llegada problemática a Tel Aviv, porque como llevaba correspondencia para los salesianos de Cremisán, Belén, me tuvieron detenido en el aeropuerto, con la sospecha de ser un agente de alguna entidad internacional, lo que quedaba casi demostrado por los sellos de tantos países en mi pasaporte. Pero lo que recuerdo con más impresión fue mi viaje a Angola, para ver a los primeros salesianos que se habían establecido allí hacía apenas un año, porque era una zona africana que patrocinábamos desde Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. El país estaba en plena guerra civil entre las fuerzas del Presidente José Santos y el insurgente Jonathan Zabimbi; por ese motivo no pude llegarme hasta Luena desde la capital Luanda, en donde paraba. Sin embargo, al uruguayo Pepe Uría se le ocurrió que debía llegarme hasta su parroquia de Calulo, pasando el río Kuanza. Y para allá nos fuimos, a pesar de que la embajada del Brasil había dado el alerta de que las tropas rebeldes andaban por esa zona. De hecho, cuando llegamos al gran río que divide en dos el territorio nacional, nos pararon soldados de las tropas cubanas, allí apostados, y nos sugirieron muy amablemente que diéramos la media vuelta. Pero como Pepe insistió en que no podía dejar abandonada a la gente de su parroquia, hacia allí nos fuimos. Todo fue una fiesta; el centro parroquial extraordinario, la gente de una calidez total. Saqué fotos a diestra y siniestra. Al final de mi visita de tres días, pude regresar sin inconveniente alguno, esta vez camino a Dondo, un 2 de septiembre, recuerdo muy bien. Al día siguiente, corrió como un reguero de pólvora la noticia de que las tropas revolucionarias habían entrado en Calulo, y secuestrando a varias personas, el primero a Pepe Uría, el párroco. Y se llevaron a los cautivos a través de la selva caminando casi durante cuatro meses, soltándolos recién en la Navidad de ese año 1983. Mis fotos pasaron inadvertidas por la aduana cuando salí del país; y a pesar de que viajé en un avión militar con heridos de guerra rumbo a Belgrado, esas imágenes se transformaron en el testimonio de un trabajo riesgoso y de una vida precaria en plena guerra civil. Pero umbundos y kimbundos, en ambas márgenes del Kuanza, nunca perdieron su alegría. Todavía me parece verles una sonrisa maravillosa. Llegué a Roma sano y salvo y todavía con algo de voz para contar…
A fines del año 1989 sucedió un cambio y una toma de decisión fundamental en mi vida: el alejamiento de la vida sacerdotal y de la iglesia. Los motivos de viraje tan violento quedaron enumerados en una carta a mis superiores que se hizo pública. El asunto da como para un libro. Conseguí entonces ubicarme en el departamento en donde vivo actualmente, en el Abasto, gracias a la ayuda de amigos y de la misma institución salesiana. Por ese entonces yo no sabía que había nacido a cuatro cuadras de aquí, ni tampoco que ésta iba a ser mi casa en la que viviría por más tiempo, alrededor de veinte años. Había conseguido unas pocas horas de clase en Castelar, y me moría de hambre.
Como un antiguo compañero de mis años juveniles me ofreciera un trabajo de pedagogo en el Instituto Oasi de Troina, Sicilia, con un generoso sueldo y la posibilidad de investigar sobre escuela y discapacidad mental y la inserción de los padres en la “escuela de todos”, sin pensarlo demasiado, preparé mis valijas y decidí emprender viaje, imaginando que me quedaría ya para siempre en esa nación, a la que reconocía como “madre de mi formación cultural y artística”. Allí viví tres años de trabajo, profundamente feliz por las posibilidades que se me daban, incluso para participar en congresos europeos, como fue el caso de Alemania y Portugal, llevando mis trabajos de investigación, mientras publicaba las conclusiones en la revista de la Institución, convirtiéndome en colaborador permanente. Y hasta tenía posibilidad de relacionarme con escritores del lugar, como fue el caso de Luigi Ruberto. En esos tiempos, viajaba en forma permanente a Múnich, en donde vivía con su familia, mi ex alumno Miguel Macek, de origen esloveno, convertido ahora en psicólogo social. Fueron años de mucha producción literaria.
Pero no podría haber adivinado nunca que en junio de 1993 fallecería mi padre repentinamente. Ya mi hermana Marta, tres años más joven que yo, había fallecido en 1982. Y mi hermano Horacio, el tercero, requirió mi presencia en Buenos Aires, porque él mismo no estaba bien; de hecho falleció tres años después. Ante este panorama, al volver, decidí quedarme en la Argentina y ya nunca pude regresar a Europa. Como conseguí un trabajo de delegado inspector de una jueza de menores en los Tribunales de Talcahuano y Lavalle, logré hacerme cargo de un menor en riesgo, de Quilmes, que se transformó de inmediato en mi hijo del corazón, Alejandro David.
Por ese entonces, me pareció encontrar mi lugar en el mundo en La Coronilla, última población sobre la ruta 9, antes del Chuy, frontera con Brasil, en la República Oriental del Uruguay, punto de referencia de una mínima actividad comercial y playa de mi contemplación del mar. Desde hace dieciséis años, voy y vengo en forma casi permanente. Allí descanso, allí escribo; y de allí salieron obras como “La Proctomaquia…”, “El mar y la hoguera”, “Mi reino será el mar”, “Volver a La Coronilla” y otros últimos textos.
—No sólo pertenecés a la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, sino que, fuiste secretario de esa entidad durante un año. Por lo cual te convoco a que les trasmitas a los argentinos que no conozcan la SEA y a los extranjeros que tampoco la conozcan, cuál ha sido el origen de su fundación, cuándo, su funcionamiento, etc.
En realidad son tres las sociedades de escritores a las que estoy afiliado como socio; la SADE, la tradicional Sociedad Argentina de Escritores, con su antigua sede en la calle Uruguay, fue la primera. Y sigo pagando mi cuota social, aunque voy bastante poco. En 2001 Víctor Redondo capitaneó una especie de rebelión contra la SADE, por diversos motivos, algunos de los cuales tuvieron bastante trascendencia. Decide entonces crear una nueva entidad, la SEA, la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina. Me acuerdo que suscribimos el acta fundacional casi doscientos participantes. De hecho, tengo el número de socio 124, siendo de esa primera camada. La SEA prometía luchar por el reconocimiento de los derechos de los escritores. Se logró, después de las primeras estrecheces, tener una sede realmente cómoda, por comodato, en el 2° piso de la Estación del Ferrocarril Sarmiento. Y el momento culminante de la lucha llegó en el 2009, cuando se consiguió que la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la abstención de los legisladores oficialistas del PRO, lograra la aprobación del RAL, Reconocimiento a la Actividad Literaria, subsidio equivalente a una especie de jubilación. Por suerte Macri no vetó la nueva ley.
Por ese entonces los integrantes de APOA, la Asociación de Poetas de la Argentina, se reunía asiduamente en el Bar Bukowski, siendo su presidente Cayetano Zemborain. Adherí también a este movimiento, sobre todo porque trata de llevar la poesía a las escuelas y centros de salud. En el seno de esta organización nació la iniciativa hace cinco años de reunir a jóvenes poetas, menores de treinta años; el nombre de estos encuentros anuales se denomina “Juntada” y abarca a jóvenes de todo el país, con una visión realmente federal. Celebro esta actividad, que acompaño, observando motivaciones, estilos, eventos y grupos de los jóvenes en distintos puntos, como en la Juntada, en la F.L.I.A. (la Feria del Libro Independiente, Autónomo, Autogestivo, Anárquico, y todo lo que la A pueda querer decir), en Vivaldi Libros Bar. Creo que lo que he ido escribiendo en estos años, a manera de ensayos de observación, me hacen sentir en continuidad con el trabajo de mis épocas de docente, mientras que, al mismo tiempo, la creatividad artística juvenil me produce una enorme felicidad.
Wenceslao Maldonado selecciona para esta entrevista, en diciembre de 2013, seis poemas de su autoría (2006-2012), pertenecientes a “Recorridos breves de un largo itinerario”, recopilación de recopilaciones en cinco libros:
1.-
levedad de voces
en los labios
y nada más que alas
en la respiración
hasta espantarme
(del libro primero RESQUICIOS, palabra, 2006)
2.-
desbordada
mi locura levanta
su barrilete de fantasía
por cielos de libertad en las esferas
más azules de la altura
y despliega
(creo que sin vergüenza)
todo su deseo de un baile despreocupado
(ante el quiebre de las censuras)
todo el gesto de sus brazos y sus piernas
(ante la burla del conformismo ciudadano)
toda la algarabía de su vestido en giros
(ante el malhumor que no respeta)
y mira lo que es
en el espejo interior del sentimiento
(en la carta de identidad de su existencia)
y baila baila baila
a viento suelto a cielo abierto
y ríe ríe ríe
la risa cuanto se quiera
mientras el cuerpo define
en el aire enloquecido de la altura
la elección del movimiento
Temas similares
» Entrevista parte II
» ENTREVISTA PARTE III
» ENTREVISTA PARTE V
» ENTREVISTA PARTE VI
» ENTREVISTA PARTE VII
» ENTREVISTA PARTE III
» ENTREVISTA PARTE V
» ENTREVISTA PARTE VI
» ENTREVISTA PARTE VII
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.