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    Mensaje por Amalia Lateano Jue Jul 25, 2013 9:41 pm

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    La supe ver a Melina durante el tórrido verano, cuando se recostaba en la extensa playa de arena blanca de Claromecó al sur de la provincia de Buenos Aires, en Argentina.
    Aquí, en este paradisíaco y oculto lugar llegan muy pocos turistas y todos de muy buena posición. Diría que es un balneario privado.
    Me gusta averiguar el por qué de las cosas, así encontré a viejas chismosas que me contaron que Claromecó significa en idioma araucano "Aguas claras entre juncales".
    Este balneario se encuentra en tierras que antiguamente pertenecieron a la familia Bellocq y que fueran tomadas por la provincia de Buenos Aires. Los Bellocq comenzaron a darle forma al incipiente balneario construyendo los primeros nueve chalet, de los que aún se conservan algunos.
    En el sector de playas llamado Dunamar, ella se extendía cerca de las olas que le acariciaban la piel y luego se sumergía buscando la profundidad para nadar en los cristalinos y celestes remolinos.
    Luego salía, y se recostaba en la arena sobre una loneta. Desde mi cabaña alpina, una de las más hermosas que está a seiscientos metros de la playa, con mis prismáticos la miraba, parecía una sirena de piel dorada.
    Una tarde, vi que se sacaba la parte superior del traje de baño y dejé de mirar por pudor.
    Luego, la curiosidad y algo del deseo que guardo por la belleza me llevaron a continuar con esta práctica de observarla.
    Vi entonces que estaba cubierto su busto juvenil con los caracolitos de la playa.
    Como me intrigaba saber si estaba con los senos descubiertos tomé mi sombrero. y caminando al descuido me acerqué.
    La vi de cerca y quise comenzar una conversación, la primera, a pesar de que éramos vecinos.
    Me contó que le estaba ocurriendo algo insólito. Se sentó y miles de caracolitos cayeron de su pecho. Se mostró desnuda y vi que sus pechos no tenían pezones, se observaban hinchados, como si fuesen a estallar. La piel parecía de gelatina.
    -Se lo cuento a Ud. porque sabe de cosas del mar... - me dijo.
    -En mi casa se habla de su curiosidad por los hechos que se relacionan con las flores marinas y los animales exóticos - agregó.
    “ Sí... es cierto...” - repliqué dejando abierto el juego...
    -”Los caracoles me han succionado todo el pecho” - Me comentó en un susurro.
    _”Ah, bueno... debo dejarla, hasta luego...” - Y continué caminando hacia el faro, porque era muy raro y me pareció que estaba tomándome el pelo.
    Volví al día siguiente al mirador, y la vi extendida boca abajo y me pareció totalmente desnuda.
    Escribía en un cuaderno con vehemencia.
    Cuando desapareció y la empezaron a buscar la semana pasada, salí y recorrí el lugar donde se recostaba...
    Asomaba una punta de cuerina y al escarbar saqué un borrador, de esos de estudiantes. Le faltaban hojas.
    Me instalé en casa y me puse a leer, ayudándome con una lupa ya que la letra era muy pequeña y despareja.
    Encontré estas frases: - ...” y me rodeo las piernas con caracolillas multicolores, y paso las horas como en ensoñación, debo decir que son los momentos más satisfactorios de mi vida
    Las coloco sobre mi vientre, entre las piernas, en los muslos y hasta en los tobillos. Cubro mi vagina, mi vulva con ellas. Es tan dulce y extraño el abrazo de estas pequeñas caracolas que me estremecen hasta la médula. Se mueven a destajo, como queriendo avanzar por dentro de mi piel y de mis órganos, con sus rabillos, sus apéndices, como pequeños órganos retráctiles que me sacuden las células de todos los poros de mi piel.
    Cada día me obsesiono más con estas sensaciones.
    He abandonado mis obligaciones mínimas de este enero, desde que sin querer, descubrí que estas caracolas tienen un pedúnculo más largo que muchos órganos viriles... Nadie sabe este secreto. Me atrevo a pensarlo a solas. A nadie le he dicho porque no me lo creerían y además sería el hazmerreír de todo el grupo de compañeras que sólo conocen el placer con los hombres, y no sé si alguna lo probó con algún animal...
    Pero esto es diferente.
    Comencé a cubrirme los senos con ellas, cuando estaba tomando sol en toples y vi que brillaba algo en la ventana superior de la cabaña del viejo de barba blanca. Sospeché que me espiaba.
    Al poco tiempo me vino a ver, y quise contarle pero no me dio bolilla.
    Le quería decir que sentía en los pechos esas lengüitas que me masajeaban.
    Así estuve unas horas, quedé con las caracolitas cubriéndome sin tener conciencia cuánto tiempo pasaba. Me llamaron a almorzar y allí me di cuenta que fueron tres horas de goce, con el sol a pleno en mis piernas que me ardían tremendamente.
    Tenían un color bermellón que al verlas daba dolor.
    Por la tarde no pude ir a la playa, y pensé que era una sugestión mía.
    Llovió todo el fin de semana y recién el martes por la tarde, busqué el rincón donde las caracolillas se veían rápidas y procaces.
    Me acosté sin la lona, directamente en la arena, sobre el universo de estas criaturas, y fui sacándome las dos piezas de la malla. Lo hice por partes.
    Y sí. Comenzaron a succionarme y siento que desapareceré por tantas convulsiones. Experimento que mi piel se vuelve molusco...
    No tengo fuerza para seguir escribiendo, hoy es 22 de enero”...

    Estoy convencido que esta chica se fugó con algún novio. La buscan desde la noche del 22 de enero.
    Busco el sombrero de paja. Salgo para las dunas y desde allí, desde la más alta lo arrojó a las aguas.
    Este cuaderno es una obsesión y debe tener sólo un destino: el mar.

    AMALIA LATEANO
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