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LAS AGUJAS DE ORO- final
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LAS AGUJAS DE ORO- final
..... Otro (y éste más grave), fue dejarme seducir por las primeras revelaciones de los libros sin saber con certeza cuál era el fin que perseguía..
Por las noches, después de cerrar la farmacia, me sentaba frente al escritorio que había pertenecido a don Ernesto ( y que por sugerencia de mi tía había colocado en mi dormitorio), y alumbrado por la oscilante luz de la lámpara comenzaba a medir, a comparar, a cotejar una y otra vez mis anteriores observaciones.
Yo mismo me asombraba del rápido avance en el estudio pero no me sentía satisfecho. Algo se me escapaba. No estaba conforme con los supuestos adelantos. Tenía la sensación de que entre esos papeles aleteaba una verdad inquietante y secreta.
No podía precisar qué interés me impulsaba cada noche a descifrar aquellos textos hasta que sentía que se me hinchaban los ojos, entonces abandonaba los apuntes. Cuando creía haber develado completamente el misterio de una ilustración aparecía un signo totalmente
Desconocido.
Experimentaba una sensación de angustia y desasosiego difícil de describir. Me asaltaba una inextricable confusión mental.
Durante una sobremesa, mi tía con inusual curiosidad me preguntó cómo andaban mis investigaciones. Le respondí que en general iba bien pero que me preocupaba bastante no poder interpretar las frases que estaban colocadas al pie de cada página.
Para mi desconcierto ella se rió con una risa estridente. Creí sorprenderla en flagrante delito de despropósito. En forma inmediata se dio cuenta que su manifestación había estado fuera de lugar, y se recompuso tosiendo despreocupadamente.
Me explicó con voz modulada que ella podía traducir perfectamente el sánscrito, la antigua lengua de la sabiduría. Y agregó que la filosofía hermética no podía comprenderse sin la interpretación de los grabados, de las fórmulas...
Entonces la vi por primera vez. La viejecita tan dulce, con la que había compartido largos años de mi vida, era una perfecta desconocida.
Me abrió de pronto los abismos de su delirio. La escuchaba ensimismado como si hablara de lejos. Me nombraba a Teofrasto Paracelso, Al Conde Alessandro di Cagliostro, no sé qué del oro potable, de la alquimia, del elixir de la eterna juventud...
Me quedé mudo y aterrorizado al verme reflejado en sus aceradas pupilas.
Su rostro tenía una exaltación mística. Trataba de convencerme a cualquier precio del singular y extraordinario poder que iba a adquirir por medio de la magia... de mi misión trascendental...
Yo la escuchaba absorto. Cuando terminó su insólito comentario me besó como todas las noches e la frente y se fue a acostar.
Entonces salí de la casa. Estaba demasiado confuso y decidí caminar por las desiertas calles para ordenar mis pensamientos
Al regresar tenía la decisión tomada: abandonar por completo el estudio de los Libros mágicos.
De ahí en más me dediqué a observar los gestos y hábitos de mi tía. Ella lo advirtió y se fue haciendo más y más tensa nuestra relación. Evitaba hablarme. En cada encuentro la miraba inquisidoramente. Cuando le comuniqué que había quemado los Libros se descompuso. Llamé al Dr. Muruzábal y diagnosticó embolia cerebral. La internaron. Pocas horas después moría.
Luego del entierro experimenté la súbita necesidad de revisar todos los muebles de la casa. Así lo hice, y en su cuarto hallé el vetusto armario de don Ernesto. En una de las puertas superiores, disimulada tras un falso fondo, encontré la respuesta a mis inconscientes interrogantes.
Eran tres cajas de madera semejantes a ataúdes. Abrí el primero y hallé un muñeco de cera atravesado por tres agujas de oro que tenía el rostro de tío Luis.
La segunda caja contenía un muñeco de barro atravesado por una sola aguja de oro. Reconocí las facciones de don Ernesto. También había un manojo de cartas atado con un lazo y una mustia rosa roja...
La muñeca de porcelana me miró desde el fondo de la tercera caja con sus increíbles ojos celestes totalmente abiertos. Con sumo cuidado para no hacerle daño le quité las cinco agujas de oro que atravesaban sus doradas sienes, sus perfectas caderas, sus brazos, su corazón y sus piernas. -
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AMALIA LATEANO
Por las noches, después de cerrar la farmacia, me sentaba frente al escritorio que había pertenecido a don Ernesto ( y que por sugerencia de mi tía había colocado en mi dormitorio), y alumbrado por la oscilante luz de la lámpara comenzaba a medir, a comparar, a cotejar una y otra vez mis anteriores observaciones.
Yo mismo me asombraba del rápido avance en el estudio pero no me sentía satisfecho. Algo se me escapaba. No estaba conforme con los supuestos adelantos. Tenía la sensación de que entre esos papeles aleteaba una verdad inquietante y secreta.
No podía precisar qué interés me impulsaba cada noche a descifrar aquellos textos hasta que sentía que se me hinchaban los ojos, entonces abandonaba los apuntes. Cuando creía haber develado completamente el misterio de una ilustración aparecía un signo totalmente
Desconocido.
Experimentaba una sensación de angustia y desasosiego difícil de describir. Me asaltaba una inextricable confusión mental.
Durante una sobremesa, mi tía con inusual curiosidad me preguntó cómo andaban mis investigaciones. Le respondí que en general iba bien pero que me preocupaba bastante no poder interpretar las frases que estaban colocadas al pie de cada página.
Para mi desconcierto ella se rió con una risa estridente. Creí sorprenderla en flagrante delito de despropósito. En forma inmediata se dio cuenta que su manifestación había estado fuera de lugar, y se recompuso tosiendo despreocupadamente.
Me explicó con voz modulada que ella podía traducir perfectamente el sánscrito, la antigua lengua de la sabiduría. Y agregó que la filosofía hermética no podía comprenderse sin la interpretación de los grabados, de las fórmulas...
Entonces la vi por primera vez. La viejecita tan dulce, con la que había compartido largos años de mi vida, era una perfecta desconocida.
Me abrió de pronto los abismos de su delirio. La escuchaba ensimismado como si hablara de lejos. Me nombraba a Teofrasto Paracelso, Al Conde Alessandro di Cagliostro, no sé qué del oro potable, de la alquimia, del elixir de la eterna juventud...
Me quedé mudo y aterrorizado al verme reflejado en sus aceradas pupilas.
Su rostro tenía una exaltación mística. Trataba de convencerme a cualquier precio del singular y extraordinario poder que iba a adquirir por medio de la magia... de mi misión trascendental...
Yo la escuchaba absorto. Cuando terminó su insólito comentario me besó como todas las noches e la frente y se fue a acostar.
Entonces salí de la casa. Estaba demasiado confuso y decidí caminar por las desiertas calles para ordenar mis pensamientos
Al regresar tenía la decisión tomada: abandonar por completo el estudio de los Libros mágicos.
De ahí en más me dediqué a observar los gestos y hábitos de mi tía. Ella lo advirtió y se fue haciendo más y más tensa nuestra relación. Evitaba hablarme. En cada encuentro la miraba inquisidoramente. Cuando le comuniqué que había quemado los Libros se descompuso. Llamé al Dr. Muruzábal y diagnosticó embolia cerebral. La internaron. Pocas horas después moría.
Luego del entierro experimenté la súbita necesidad de revisar todos los muebles de la casa. Así lo hice, y en su cuarto hallé el vetusto armario de don Ernesto. En una de las puertas superiores, disimulada tras un falso fondo, encontré la respuesta a mis inconscientes interrogantes.
Eran tres cajas de madera semejantes a ataúdes. Abrí el primero y hallé un muñeco de cera atravesado por tres agujas de oro que tenía el rostro de tío Luis.
La segunda caja contenía un muñeco de barro atravesado por una sola aguja de oro. Reconocí las facciones de don Ernesto. También había un manojo de cartas atado con un lazo y una mustia rosa roja...
La muñeca de porcelana me miró desde el fondo de la tercera caja con sus increíbles ojos celestes totalmente abiertos. Con sumo cuidado para no hacerle daño le quité las cinco agujas de oro que atravesaban sus doradas sienes, sus perfectas caderas, sus brazos, su corazón y sus piernas. -
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AMALIA LATEANO
Re: LAS AGUJAS DE ORO- final
Un texto muy rico para el análisis...
Esas son creencias pueblerinas.
Un gusto y felicitaciones
Hernán
Esas son creencias pueblerinas.
Un gusto y felicitaciones
Hernán
Hernan- Forero Constante
- Mensajes : 170
Fecha de inscripción : 11/08/2012
Edad : 78
Re: LAS AGUJAS DE ORO- final
Que desperdicio que nadie más leyera este relato ,trajo a mi
mente otros episodios de el afán del aprendizaje místico… a veces detrás de
todo hay cosas muy ocultas y negros propósitos para seres inocentes que buscan la verdad y se
topan con la más fiera crueldad….impresionante Amalia
Un aplauso
Noe
mente otros episodios de el afán del aprendizaje místico… a veces detrás de
todo hay cosas muy ocultas y negros propósitos para seres inocentes que buscan la verdad y se
topan con la más fiera crueldad….impresionante Amalia
Un aplauso
Noe
Invitado- Invitado
Re: LAS AGUJAS DE ORO- final
MI QUERIDA NOEMÍ:
Es la época de lo rapidito... de lo instántaneo... y las sombras
se ocultan tras de las cortinas. Es un hecho real,
en el fondo, ya que exixtieron las agujas de oro y los muñecos.
La familia también ...
Te agardezco que te hayas tomado el trabajo de leerlo.
Un beso muy grande.
Amalia
Es la época de lo rapidito... de lo instántaneo... y las sombras
se ocultan tras de las cortinas. Es un hecho real,
en el fondo, ya que exixtieron las agujas de oro y los muñecos.
La familia también ...
Te agardezco que te hayas tomado el trabajo de leerlo.
Un beso muy grande.
Amalia
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