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LAS AGUJAS DE ORO_ SEGUNDA PARTE
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LAS AGUJAS DE ORO_ SEGUNDA PARTE
El tío Luis y su mujer no tenían hijos, y
mi presencia llenó ese vacío tan sentido por ambos. Me colmaron de atenciones,
mimos y cuidados. Me compraron ropa nueva, zapatos y los cuadernos y libros
para mis estudios en el Colegio Nacional.
Mi natural facilidad para el trabajo me llevó a ofrecerme para ayudar a Tío en la
farmacia.
No me gustaban ni me agradan hoy las tareas de la casa, y mi tía contaba con su
doméstica que vivía con nosotros.
Así que después de hacer mis tareas y estudiar un poco, me instalaba en el despacho de
la farmacia y repasaba los estantes, controlaba que los frascos estuvieran en
orden, y los medicamentos en sus respectivos lugares. Me atraían esos frascos
de tapa ancha con etiquetas de nombres
raros.
Algunas veces mi tío me daba un mortero de piedra y me hacía moler no sé qué sales, y
entonces me sentía importante.
La mayoría de los medicamentos eran recetas magistrales, y la preparaba el tío Luis que
casi siempre trabajaba hasta altas horas de la noche. Me quedaba ayudándolo,
alcanzándole los frascos hasta que mi tía me mandaba a dormir porque decía que
tenía que madrugar al día siguiente. Siempre le obedecí a regañadientes y me
juramentaba que iba a ser farmacéutico,
que algún día iba a vivir con mi familia en una casa tan grande y cómoda como esa, sin preocuparnos más por la
langosta.
Con el tiempo se fueron cumpliendo en parte mis sueños...
Pero volviendo a la historia les diré que en poco tiempo conocí a todos los clientes
de la farmacia: a Humberto y su constipación, al reumático Jacobo, a Irene y su
jarabe para la tos, y a unos cuantos infecciosos que no quiero nombrar. Mi tío
alababa la seriedad y discreción que siempre demostré. También conocí a don
Ernesto De Palma y a la señorita Juana Furmento.
Tío le tenía especial consideración a don Ernesto. Al principio creí que era un
estudiante de medicina o de química
porque conversaban largas horas de fórmulas y preparados.¡Hasta discutían el
poder de los elementos sobre la materia, y de la transmutación de los metales!
Sin embargo, don Ernesto era herrero como su padre. Les voy a ser sincera, mis
mejores atenciones eran para la señorita Juanita. Deseaba que siendo mayor,
pudiera tener su belleza, su delicadeza, y sus modos tan elegantes. La
observaba y trataba de parecerme a ella. Le ofrecía los mejores perfumes para
ver cómo se los probaba en sus muñecas. Con esa forma tan femenina. A don
Ernesto también lo conocí. Era flaco y bilioso, huraño y colérico, de mediana
edad. Me formulaba extraños pedidos,
nombres que muchas veces no podía hallar en las etiquetas de los voluminosos
frascos. Entonces intervenía mi tío y yo me alejaba raudamente a atender a
otros clientes, para no ser menoscabado ante la Srta. Juana.
Don Ernesto era cliente asiduo. Casi diariamente venía a comprar algo. Vivía
enfrente y se creía con derecho a golpear a cualquier hora. Tío también
refunfuñaba y más de una vez me despertó para que encaramada en la escalera, le
alcanzara unos frascos verdes que contenían unas piedras “muy valiosas”.
Mi madre y mis dos hermanas pequeñas nos visitaban muy seguido, sobre todo en
verano cuando papá y los dos hermanos mayores iban a la cosecha.
Recuerdo que fue para las fiestas de fin de año que se organizaban romerías en el Parque
Gral. Alvear y, toda la familia se dispuso desde hora muy temprana a concurrir.
Mi madre y tía Clara no tenían otro tema de conversación. Yo limpiaba la
farmacia ayudada por mi hermana Josefita cuando llegó don Ernesto y preguntó
por el tío.
Tras él entró la Srta. Juana. Fue en ese preciso instante que entré a sospechar...
Les advierto que desde hacía un par de meses que se venían dando estos “encuentros
casuales” en la farmacia. Coincidencia de tiempo y espacio.
La Srta. Juanita me pidió unas sales para el dolor de cabeza. De su cartera, sacó
un billete para pagar y se le cayó un papelito bien doblado junto a los pies de
don Ernesto, que apoyado en el mostrador conversaba con mi tío en voz baja.
Luego se fue taconeando sobre el piso todavía mojado. Sentí un frío por la
espalda pero disimuladamente me agaché y haciendo como que limpiaba deslicé el
cepillo hasta el mismo y lo traje hasta mí.
El corazón me latía muy fuertemente. Parecía que se me iba a salir del pecho.
Me fui adentro, y sobre la mesa repleta de frascos de glicerina, de glucosa, de
trementina, lo desplegué. Reconocí de inmediato la letra pequeña y perfecta de
la Srta. Juana.
“MI ERNESTO ESPÉRAME ESTA NOCHE A LA HORA DE SIEMPRE”
Estaba confirmada mi sospecha. Me quedé un momento como vacía. Como esas noches de
luna en que parece que uno se eleva y no sabe dónde. Sin nada que pensar...
Cuando me tranquilicé pensé ir al comedor y contárselo a mamá y a mi tía, sin embargo no lo hice. Me pareció que
era una bajeza porque los dos eran mayores y además a mí no me importaba
demasiado.
Esa noche no tuve deseos de concurrir a la romería del Parque. Con el pretexto que
podía venir algún cliente, y para acompañar al tío que estaba cansado, me quedé
atendiendo la farmacia hasta bien tarde. Hacía mucho calor. Fui a la cocina a
buscar un vaso de limonada y luego saqué la silla de mimbre a la vereda y me senté bajo los
paraísos y mirando para todos lados.
En la casa de enfrente había luces y movimiento. Al rato paró un coche y subieron los
padres de don Ernesto.
_”Van al Parque” - pensé en voz alta.
Cerca de la medianoche apagué las luces la farmacia
y volví a sentarme cómodamente bajo los paraísos. Todo estaba en
silencio. La calle desierta daba cuenta del éxito de la Fiesta. No tenía miedo.
El pueblo era tranquilo entonces.
_Estarán todos_ discurrí_ bueno, todos menos don Ernesto, y la Srta. Juana..
Y me reí con pircadía.
De pronto escuché el tan conocido taconeo y bajé la cabeza buscando que las sombras
escondieran mi rostro. Cuando la levanté vi que la Srta. Juana tocaba el
timbre. Miró hacia uno y otro lado y al abrirse la puerta se iluminó como una
visión, y entró a la casa.
La curiosidad y mis cortos años pudieron más que mi prudencia y crucé la calle y
me encaramé al árbol de la vereda. La ventana estaba abierta. Desde mi puesto
de observación los veía a los dos. Ella tenía puesto un traje rosa y estaba
sentada en un sillón. Él de pie servía las bebidas en un bar que se recortaba
en el fondo de la habitación.
¿Para qué viniste? _Preguntó con su voz avinagrada.
Casi me caigo del árbol, y decidí
abandonar el espionaje. Antes de bajar vi que él se acercó y la besó en la
boca. Y decidí quedarme un ratito más. Fue cuando vi que él fue a un vetusto
armario, a un costado del cuarto y trajo una muñeca de porcelana. Tenía las facciones
de la Srta. Juana. Estaba desnuda. No medía más de cincuenta centímetros.
Ella se quedó embelesada al descubrirse
en esa perfecta miniatura. Don Ernesto le pidió unos mechones de cabello para
colocárselos a la muñeca.
Con los brazos cansados decidí bajarme del
árbol. Estaba extrañamente cansada.
Me fui directamente a dormir.
Volví a ver ala Srta. Juanita para Reyes.
Vino a la farmacia a buscar algo para el dolor de cabeza, algo más fuerte que
las sales. Lo llamé a mi tío y él la atendió. Parecía preocupada.
Esa noche nuevamente se celebraba
una Fiesta en el Parque. Concurriría
todo el pueblo, decía mi tía, y me regañaba: ¿-Cómo que no vas a venir?
No fui porque debía ayudar a mi tío. No
sé si les dije que era la única farmacia
del pueblo. Y la gente confiaba mucho en él. Mi tío me agradeció. Estaba muy
fatigado por las noches.
Me volví a sentar en la silla de mimbre en
la vereda. Cuando volvieron las vecinas con mi tía a las cuatro de la mañana,
me encontraron durmiendo y pusieron el grito en el cielo, bajando todos los
Santos de los males y cosas que me podían haber pasado. Además despertó a mi
tío y lo retó.
Después no volví a ver a la Srta. Juanita. Le atacó una extraña enfermedad de origen desconocido. Quedó paralítica y muda.
Paulatinamente fue perdiendo el control de todas sus facultades.
Por esa época mi tío tuvo una terrible
discusión con don Ernesto. De ahí en más él dejó de venir a la farmacia.
La Srta. Juana murió en la primavera siguiente. Este
suceso causó una pena profunda en todos los que la conocieron. Fue por ese
entonces que me fui a vivir a Buenos Aires a continuar mis estudios.
Tío Luis enfermó gravemente de una dolencia extraña. Nada pudo hacer la ciencia para curarlo. Murió dos años después.
Cuando me recibí me hice cargo de la
farmacia. Tía había conservado el despacho tal cual lo recordaba. Todo estaba
casi igual.
Don Ernesto se había radicado en España
y desde allí le escribía a tía. Nadie vivía en la casa de enfrente.
A los tres años de estar a cargo de la farmacia alguien avisó a tía que había fallecido del corazón. Ella lloró mucho.
Los herederos, unos sobrinos nietos, pusieron la casa y los muebles en venta.
CONTINUARÁ...
AMALIA L
mi presencia llenó ese vacío tan sentido por ambos. Me colmaron de atenciones,
mimos y cuidados. Me compraron ropa nueva, zapatos y los cuadernos y libros
para mis estudios en el Colegio Nacional.
Mi natural facilidad para el trabajo me llevó a ofrecerme para ayudar a Tío en la
farmacia.
No me gustaban ni me agradan hoy las tareas de la casa, y mi tía contaba con su
doméstica que vivía con nosotros.
Así que después de hacer mis tareas y estudiar un poco, me instalaba en el despacho de
la farmacia y repasaba los estantes, controlaba que los frascos estuvieran en
orden, y los medicamentos en sus respectivos lugares. Me atraían esos frascos
de tapa ancha con etiquetas de nombres
raros.
Algunas veces mi tío me daba un mortero de piedra y me hacía moler no sé qué sales, y
entonces me sentía importante.
La mayoría de los medicamentos eran recetas magistrales, y la preparaba el tío Luis que
casi siempre trabajaba hasta altas horas de la noche. Me quedaba ayudándolo,
alcanzándole los frascos hasta que mi tía me mandaba a dormir porque decía que
tenía que madrugar al día siguiente. Siempre le obedecí a regañadientes y me
juramentaba que iba a ser farmacéutico,
que algún día iba a vivir con mi familia en una casa tan grande y cómoda como esa, sin preocuparnos más por la
langosta.
Con el tiempo se fueron cumpliendo en parte mis sueños...
Pero volviendo a la historia les diré que en poco tiempo conocí a todos los clientes
de la farmacia: a Humberto y su constipación, al reumático Jacobo, a Irene y su
jarabe para la tos, y a unos cuantos infecciosos que no quiero nombrar. Mi tío
alababa la seriedad y discreción que siempre demostré. También conocí a don
Ernesto De Palma y a la señorita Juana Furmento.
Tío le tenía especial consideración a don Ernesto. Al principio creí que era un
estudiante de medicina o de química
porque conversaban largas horas de fórmulas y preparados.¡Hasta discutían el
poder de los elementos sobre la materia, y de la transmutación de los metales!
Sin embargo, don Ernesto era herrero como su padre. Les voy a ser sincera, mis
mejores atenciones eran para la señorita Juanita. Deseaba que siendo mayor,
pudiera tener su belleza, su delicadeza, y sus modos tan elegantes. La
observaba y trataba de parecerme a ella. Le ofrecía los mejores perfumes para
ver cómo se los probaba en sus muñecas. Con esa forma tan femenina. A don
Ernesto también lo conocí. Era flaco y bilioso, huraño y colérico, de mediana
edad. Me formulaba extraños pedidos,
nombres que muchas veces no podía hallar en las etiquetas de los voluminosos
frascos. Entonces intervenía mi tío y yo me alejaba raudamente a atender a
otros clientes, para no ser menoscabado ante la Srta. Juana.
Don Ernesto era cliente asiduo. Casi diariamente venía a comprar algo. Vivía
enfrente y se creía con derecho a golpear a cualquier hora. Tío también
refunfuñaba y más de una vez me despertó para que encaramada en la escalera, le
alcanzara unos frascos verdes que contenían unas piedras “muy valiosas”.
Mi madre y mis dos hermanas pequeñas nos visitaban muy seguido, sobre todo en
verano cuando papá y los dos hermanos mayores iban a la cosecha.
Recuerdo que fue para las fiestas de fin de año que se organizaban romerías en el Parque
Gral. Alvear y, toda la familia se dispuso desde hora muy temprana a concurrir.
Mi madre y tía Clara no tenían otro tema de conversación. Yo limpiaba la
farmacia ayudada por mi hermana Josefita cuando llegó don Ernesto y preguntó
por el tío.
Tras él entró la Srta. Juana. Fue en ese preciso instante que entré a sospechar...
Les advierto que desde hacía un par de meses que se venían dando estos “encuentros
casuales” en la farmacia. Coincidencia de tiempo y espacio.
La Srta. Juanita me pidió unas sales para el dolor de cabeza. De su cartera, sacó
un billete para pagar y se le cayó un papelito bien doblado junto a los pies de
don Ernesto, que apoyado en el mostrador conversaba con mi tío en voz baja.
Luego se fue taconeando sobre el piso todavía mojado. Sentí un frío por la
espalda pero disimuladamente me agaché y haciendo como que limpiaba deslicé el
cepillo hasta el mismo y lo traje hasta mí.
El corazón me latía muy fuertemente. Parecía que se me iba a salir del pecho.
Me fui adentro, y sobre la mesa repleta de frascos de glicerina, de glucosa, de
trementina, lo desplegué. Reconocí de inmediato la letra pequeña y perfecta de
la Srta. Juana.
“MI ERNESTO ESPÉRAME ESTA NOCHE A LA HORA DE SIEMPRE”
Estaba confirmada mi sospecha. Me quedé un momento como vacía. Como esas noches de
luna en que parece que uno se eleva y no sabe dónde. Sin nada que pensar...
Cuando me tranquilicé pensé ir al comedor y contárselo a mamá y a mi tía, sin embargo no lo hice. Me pareció que
era una bajeza porque los dos eran mayores y además a mí no me importaba
demasiado.
Esa noche no tuve deseos de concurrir a la romería del Parque. Con el pretexto que
podía venir algún cliente, y para acompañar al tío que estaba cansado, me quedé
atendiendo la farmacia hasta bien tarde. Hacía mucho calor. Fui a la cocina a
buscar un vaso de limonada y luego saqué la silla de mimbre a la vereda y me senté bajo los
paraísos y mirando para todos lados.
En la casa de enfrente había luces y movimiento. Al rato paró un coche y subieron los
padres de don Ernesto.
_”Van al Parque” - pensé en voz alta.
Cerca de la medianoche apagué las luces la farmacia
y volví a sentarme cómodamente bajo los paraísos. Todo estaba en
silencio. La calle desierta daba cuenta del éxito de la Fiesta. No tenía miedo.
El pueblo era tranquilo entonces.
_Estarán todos_ discurrí_ bueno, todos menos don Ernesto, y la Srta. Juana..
Y me reí con pircadía.
De pronto escuché el tan conocido taconeo y bajé la cabeza buscando que las sombras
escondieran mi rostro. Cuando la levanté vi que la Srta. Juana tocaba el
timbre. Miró hacia uno y otro lado y al abrirse la puerta se iluminó como una
visión, y entró a la casa.
La curiosidad y mis cortos años pudieron más que mi prudencia y crucé la calle y
me encaramé al árbol de la vereda. La ventana estaba abierta. Desde mi puesto
de observación los veía a los dos. Ella tenía puesto un traje rosa y estaba
sentada en un sillón. Él de pie servía las bebidas en un bar que se recortaba
en el fondo de la habitación.
¿Para qué viniste? _Preguntó con su voz avinagrada.
Casi me caigo del árbol, y decidí
abandonar el espionaje. Antes de bajar vi que él se acercó y la besó en la
boca. Y decidí quedarme un ratito más. Fue cuando vi que él fue a un vetusto
armario, a un costado del cuarto y trajo una muñeca de porcelana. Tenía las facciones
de la Srta. Juana. Estaba desnuda. No medía más de cincuenta centímetros.
Ella se quedó embelesada al descubrirse
en esa perfecta miniatura. Don Ernesto le pidió unos mechones de cabello para
colocárselos a la muñeca.
Con los brazos cansados decidí bajarme del
árbol. Estaba extrañamente cansada.
Me fui directamente a dormir.
Volví a ver ala Srta. Juanita para Reyes.
Vino a la farmacia a buscar algo para el dolor de cabeza, algo más fuerte que
las sales. Lo llamé a mi tío y él la atendió. Parecía preocupada.
Esa noche nuevamente se celebraba
una Fiesta en el Parque. Concurriría
todo el pueblo, decía mi tía, y me regañaba: ¿-Cómo que no vas a venir?
No fui porque debía ayudar a mi tío. No
sé si les dije que era la única farmacia
del pueblo. Y la gente confiaba mucho en él. Mi tío me agradeció. Estaba muy
fatigado por las noches.
Me volví a sentar en la silla de mimbre en
la vereda. Cuando volvieron las vecinas con mi tía a las cuatro de la mañana,
me encontraron durmiendo y pusieron el grito en el cielo, bajando todos los
Santos de los males y cosas que me podían haber pasado. Además despertó a mi
tío y lo retó.
Después no volví a ver a la Srta. Juanita. Le atacó una extraña enfermedad de origen desconocido. Quedó paralítica y muda.
Paulatinamente fue perdiendo el control de todas sus facultades.
Por esa época mi tío tuvo una terrible
discusión con don Ernesto. De ahí en más él dejó de venir a la farmacia.
La Srta. Juana murió en la primavera siguiente. Este
suceso causó una pena profunda en todos los que la conocieron. Fue por ese
entonces que me fui a vivir a Buenos Aires a continuar mis estudios.
Tío Luis enfermó gravemente de una dolencia extraña. Nada pudo hacer la ciencia para curarlo. Murió dos años después.
Cuando me recibí me hice cargo de la
farmacia. Tía había conservado el despacho tal cual lo recordaba. Todo estaba
casi igual.
Don Ernesto se había radicado en España
y desde allí le escribía a tía. Nadie vivía en la casa de enfrente.
A los tres años de estar a cargo de la farmacia alguien avisó a tía que había fallecido del corazón. Ella lloró mucho.
Los herederos, unos sobrinos nietos, pusieron la casa y los muebles en venta.
CONTINUARÁ...
AMALIA L
Re: LAS AGUJAS DE ORO_ SEGUNDA PARTE
Me dejas intrigada y con extraños pensamientos sobre los dolores de cabeza de Juanita,pienso que Ernesto algo raro le hizo con esa muñeca ....
atlantida (Eugenia)- Forero Constante
- Mensajes : 488
Fecha de inscripción : 06/08/2012
Re: LAS AGUJAS DE ORO_ SEGUNDA PARTE
AHHHHHHHHHHHHHH
Debes esperar el final... ¿Qué habrá pasado?
Un besito agradecido
Amalia
Debes esperar el final... ¿Qué habrá pasado?
Un besito agradecido
Amalia
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